Columna


Carta a Benedicto

CARLOS FIGUEROA DÍAZ

18 de marzo de 2010 12:00 AM

CARLOS FIGUEROA DÍAZ

18 de marzo de 2010 12:00 AM

Lo único que ofrece el Papa Benedicto XVI son rezos. Los católicos esperamos más que un réquiem para los muertos y un avemaría para las viudas y damnificados de desastres naturales, como los de Haití y Chile. Y no es que las oraciones no hagan falta. Por supuesto que sí. La oración, como comunicación directa con el Ser supremo, es fundamental para hacer descansar el alma y alivianar las cargas. Pero Dios nos enseña a amar al prójimo, a compartir lo que tenemos, a desprendernos de lo material y a mirar que más allá de la opulencia está la pobreza del otro. Entonces, ¿por qué no compartir lo que tengo, imposible de disfrutar completo en esta vida? Mi estimada Santidad: los rezos y las oraciones por haitianos y chilenos nunca sobrarán, pero también debemos meternos la mano al dril, mirar cómo podemos compartir las bendiciones materiales; o quizás a ese tendero -que nos fía la botella de ron o de aguardiente - nos entregue una bolsa de arroz, unos espaguetis o algunos enlatados para aportarlo la causa buena de no dejar padecer hambre a los hermanos que tienen bastante con la rebeldía de la naturaleza, que sólo ella y Dios saben por qué actúa así. Fíjese que ayer fue Haití, luego Chile y mañana podemos ser los damnificados cualesquiera de los mortales. Le cuento que Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil y hasta Bolivia, uno de los más pobres de América, rezan, pero también mandan su ayudita: agua, sal, enlatados, ropa. Una amiga del Chocó envió unos títeres, con la esperanza de que cualquier titiritero que debe haber entre los hermanos que viven la calamidad, les meta la mano y en medio de la tristeza, y les arranque sonrisas a un niño o a un anciano. Claro que es posible. Le recomiendo que luego de rezar todas las mañanas, revise la alacena del Vaticano, para mirar de lo poco que tiene para merendar, cómo lo puede compartir con los hermanos de Chile y Haití, afectados por este movimiento telúrico; o quizás su Santidad, cualquier monedita que pueda rescatar de las limosnas que los feligreses llevamos domingo a domingo a las misas, para ver qué pan o frazada se le puede comprar a nuestros hermanos. O haga el esfuerzo para que laven con menos detergentes las sábanas de su aposento y gasten menos cera brillando los pisos de la “humilde” casa en donde usted vive. Otra de las ideas que le puedo dar, su Santidad, es que revise a ver si en las entidades Caja Sur, Caja de la Inmaculada Concepción o Caja Círculo, todas en España, entre otras que existen, le pueden hacer un prestamito, pagándolo en cuotas módicas y con unos intereses blandos. Eso podría servir para que se mitigue el hambre de unos cuantos chilenos y haitianos. O, si España queda lejos de su residencia, también lo podría hacer en el Banco Ambrosiano o en el Banco del Vaticano, en Italia, a ver si algo del dinero que aportó Benito Mussolini para consolidarlo como entidad financiera, después de la Segunda Guerra Mundial, producto del tratado Laterano, que firmó con el Papa Pio XI en los anales del 29, sirve para esta noble causa. Y todo porque no sólo de rezos vive el hombre. Amén. cfigueroa@eluniversal.com.co *Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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