Columna


Cartagena libre

HUMBERTO OROZCO CERA

15 de julio de 2010 12:00 AM

A propósito de democracias inmaduras e injusticia social, nuestra sociedad (la cartagenera) podría servir como contexto perfecto para analizar características específicas que estos dos términos poseen. En realidad, muchos fenómenos, aparentemente políticos (pero que no son sino la negación esencial del bien común), serían fáciles de analizar en el marco de “lo cartagenero”. El ejemplo más claro sería el ideal frustrante de progreso enclavado en el imaginario colectivo. Para los “cartageneros” ninguna decisión política individual afecta a la totalidad de la ciudad. Quizás por eso cada cuatrienio, en vez de decidir en relación a vivienda digna, empleo formal, educación de calidad, u otros tantos etcéteras, anteponemos particularidades infinitas, condiciones económicas individuales e inclusive, aspiraciones políticas personales. Cada cuatro años dejamos de lado principios sociales innegociables y subastamos (no al mejor postor) nuestra libertad política escasa. Cartagena, secuestrada por la escasez y la necesidad material, es la más parecida a una democracia inmadura. No evolucionamos. No tenemos una tendencia firme hacia el cambio permanente. Para los “cartageneros”, la ciudad no es lo público y lo público nunca será lo colectivo. Pensar en unos mínimos de justicia y bienestar que garanticen el respeto de la dignidad humana no está dentro de los planes. Contrario censum, el regateo y el cálculo macabro de intereses ha sido nuestra brújula de navegación. Quizás por eso no podemos pensar colectivamente la ciudad, porque para los “cartageneros” la construcción al unísono de un destino propio esta maquiavélicamente negada. Hasta aquí las conclusiones son evidentes: la historia política de Cartagena avanza hacia un derrumbe cuasi definitivo. Aclaro, no es que para los “cartageneros” no se esté haciendo nada por mejorar, o porque la ciudad carezca de mentes capaces de trazarle un rumbo progresista. Al contrario, en esfuerzos los individuales sobrarían, y en cuestión de mentes con capacidad la lista sería algo extensa. Sin embargo, el problema es mucho más complejo: no hay destino manifiesto. En palabras del periodista John L. O’Sullivan “esta ciudad no sabe lo que quiere”. Perdimos década tras década, los pocos referentes de valor que podían permitirnos construir una Cartagena justa e igualitaria. La ciudad heroica que en el 1679 se levantaba de las ruinas, tras la invasión de Pointis, no es la misma que soporta hoy en día, con resignación, una de las clases dirigentes más mezquinas del país. La nuestra, a la deriva, se convirtió en una sociedad políticamente fallida. Cartagena no es solidaria, nuestra clase política no interviene, no se proyecta, no construye, no incluye. Finalmente algo sí está claro, y es que si en los siglos XVI y XVII, por ser un puerto importante de América nos tocaba soportar invasiones y saqueos, hoy nos toca igual. Solo que ya no son franceses e ingleses quienes nos mantienen en sitio. Es nuestra democracia local inmadura y la mezquindad social de nuestra clase dirigente la que mantiene secuestrado nuestro desarrollo. Cartagena nunca ha sido libre. *Director del Colectivo de Información Pública Cartagena Piensa h.orozco@dirigentes.com *Rotaremos este espacio entre distintos columnistas para dar cabida a una mayor variedad de opiniones.

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