Columna


Celebraciones

VANESSA ROSALES ALTAMAR

10 de octubre de 2009 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

10 de octubre de 2009 12:00 AM

El escándalo reciente que salpicó a la ex reina de belleza, Valerie Domínguez, ampliamente divulgado, y conocido ya por muchos de ustedes, es el detonante propicio para una reflexión que con frecuencia, puede repetirse y ahondarse entre los colombianos. ¿Qué papel juegan, realmente, el amplio repertorio de ex reinas de belleza, actrices, modelos, y figuras femeninas de la llamada farándula en nuestra sociedad? ¿Quiénes son? ¿Qué las caracteriza? ¿Por qué resultan untadas de semejantes algarabías? ¿Por qué es tan común que inusitadamente, terminen siendo mujeres de negocios, empresarias, presentadoras de televisión, actrices? La multiplicidad de talentos es un rasgo asociado comúnmente al Renacimiento. Entonces, era común que ciertas personas gozaran de dotaciones versátiles de talento. ¿Es que el talento de estas damas recae verdaderamente en la versatilidad? ¿Poseen un carácter tan vasto, virtuoso y dotado de aptitudes? ¿Tienen alguna facultad renacentista? ¿Son de temperamentos tan ejemplares? ¿Es tanta su capacidad que el resultado no pueda ser otro que este que diariamente debemos soportar? Que las señoritas célebres de nuestro país, además de su cuota de desnudez en las publicaciones típicas, terminen siendo, con una espontaneidad arrolladora, tan capaces de tantas cosas. El ejemplo más emblemático ha sido el de adquirir millonarios subsidios de Agro Ingreso Seguro. Pero hay más y de otros tipos. El caso de Valerie Domínguez es una metáfora de este panorama. Es que tal vez, somos nosotros los que celebramos con indulgencia el protagonismo de este tipo de personajes cuyo talento, muchas veces, radica en la belleza corpórea, los ánimos escaladores y el más desencarnado cinismo. Aquí, por supuesto, pienso en la señorita Domínguez, que luego de haberse anotado más de 300 millones, por mantener vínculos amorosos con el señor Dávila, decidió renunciar a ellos a raíz del escándalo. No por conciencia moral. No se trata tampoco de afirmar que todas estas mujeres estén hechas con principios iguales. Indudablemente, algunas de ellas tienen mérito por sus conversiones hacía el mundo comercial. Otras, como Adriana Arboleda, poseen una elegancia similar a la de una Hepburn. Pero sinceramente, que Natalia París pase de afiche de taller de mecánica a gran empresaria; que Carolina Cruz, con su exasperante falta de criterio sea icono nacional; que Isabela Santodomingo se haya ganado un premio del talante de Mujer Colombiana 2009; nos habla mucho sobre el imperio de frivolidad y ridiculez que idolatra la sociedad colombiana. El patrón comienza, muchas veces, en los reinados de belleza. Luego, las ganadoras resultan siendo, milagrosamente, grandes perfomers, ¡actrices de cepa! Después, tal vez, inician algún negocio, escriben un libro, terminan corriendo rumores de vínculos con mafia, atraviesan intrincados procesos quirúrgicos y aterrizan en el set de algún canal de renombre. Alguna vez, en un film escuché una frase muy acertada: que la palabra celebridad se refería, en el fondo, a aquello que como sociedad, escogemos celebrar. ¿Qué denota la idolatría hacía estas mujeres? ¿Qué valores se ocultan allí? Y más aún ¿qué nos dice acerca de las expectativas que se mantienen, en el subconsciente colectivo, sobre la feminidad colombiana? *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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