Cartagena es una ciudad que registra inconcebibles paradojas culturales. La primera: hace casi 50 años se realiza un festival internacional de cine y no existe en la ciudad una cinemateca ni un archivo histórico con las películas importantes que pasaron por el evento. Tampoco formó un público calificado. Cartagena es Patrimonio cultural e histórico de la humanidad y no existe en la ciudad un centro que sirva de escenario a una producción local y regional que crece huérfana y mendiga. Aunque el vacío lo llenan entidades como el Banco de la República, el Centro de Formación de la Cooperación Española, algunas universidades y representaciones culturales de países europeos, el título de la UNESCO sirve más a los discursos que a la cultura. No hablo de las paradojas económicas y sociales pero señalo solamente una: el incremento de la actividad empresarial multinacional, el auge del turismo y del sector inmobiliario, la actividad portuaria y el posicionamiento de nuevas empresas, no aporta a la cultura. Se piensa en la calidad de los negocios pero nunca en la calidad de vida que traería la cultura. Uno de los reflejos de esa apatía es la ausencia de un Centro de la Cultura, una planta física con dotación moderna y versátil que dé cabida a las artes y a las expresiones culturales que hoy andan desperdigadas buscando escenarios y público. En muchas ciudades del mundo (Medellín acaba de hacerlo) se han recuperado viejas fábricas y bodegas en desuso. Se han intervenido y adecuado como escenarios culturales. La imaginación de los arquitectos ha revivido lo que parecía muerto y dignificado artísticamente las que eran ruinas. Cada vez que paso por Puerto Duro, por ejemplo, pienso que sería formidable recuperar uno de esas “feas” y grandes bodegas y levantar allí un gran centro cultural. Lo mismo pienso cuando voy por sectores de Getsemaní, el Pie de la Popa y la Avenida del Lago. Creo que no sería difícil buscar financiación en el Gobierno nacional, en la cooperación internacional y en la empresa privada. Habría que tener voluntad política, elegir el lugar, comprometer por concurso a un buen arquitecto (o a la facultad de arquitectura de una gran universidad), disponer de un proyecto que seduzca y dedicarse a “venderlo” como una obra indispensable. Si se proyectan nuevos centros de negocios, ¿por qué no habrían de proyectarse centros culturales? Lástima que en el Concejo Distrital anden haciendo “control político” a la brava, huérfanos de puestos y contratos, poniéndole palos a la rueda de la Administración, cuando deberían estar haciendo ciudad. La iniciativa tendría que venir entonces del Gobierno local, con el concurso de las universidades. Creo que tendría eco en la comunidad cultural nacional e internacional. No es disparatado pensar en una biblioteca interconectada con redes nacionales e internacionales, en salas de exposiciones y conferencias, en un teatro y sala de proyecciones, en filmoteca, videoteca y espacios de recreación para niños y adultos. No. Sólo basta pensar en grande y con imaginación. *Escritor salypicante@gmail.com
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