Columna


Cero y van tres

MARINA MENDOZA OROZCO

09 de enero de 2010 12:00 AM

MARINA MENDOZA OROZCO

09 de enero de 2010 12:00 AM

Alejandra Díaz Lezama (+julio 17 de 2009); Erika Generis Gutiérrez (+septiembre 10 de 2009) y Clarena Piedad Acosta (+enero 1º de 2010). Estos son los nombres de tres mujeres asesinadas presuntamente por sus esposos en menos de cinco meses. A ellas se suman en Colombia y en el mundo entero miles de víctimas de la violencia de sexo desatada entre parejas donde las estadísticas confirman que las mujeres llevan las de perder. No soy psicóloga, pero el sentido común y la experiencia como profesional del derecho y de la vida misma me han llevado a hacer reflexiones serias sobre este tema, que me siento obligada a compartir. “El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen con el fin de vivir juntos, de procrear y de auxiliarse mutuamente”, dice el Artículo 113 del Código Civil Colombiano, y para que este contrato con el que se da inicio a un empresa que se llama “familia” tenga éxito debe ir acompañado de respeto, comprensión, y lo más importante, amor por la pareja y los hijos. Cuando alguna de estas condiciones falta y por esa razón la relación se rompe, es claro que el matrimonio se terminó, pues no podrá cumplir con sus fines. En pleno siglo XXI existen aún culturas en las que las mujeres son sometidas a prácticas atroces tales como mutilaciones genitales y vestimentas que las ocultan casi hasta hacerlas invisibles y a las cuales deben estar sometidas so pena de ser azotadas, ultrajadas y en el peor de los casos, lapidadas. Todas estas manifestaciones, aun cuando sean aceptadas por la sociedad, los gobiernos y la propia parentela de las víctimas, son inocultables manifestaciones de la violencia de sexo que la mujer ha soportado desde tiempos ancestrales. Es también cierto que cada religión tiene sus propias normas para definir el matrimonio pero ninguna puede desconocer las realidades de los seres humanos. Si una pareja ha llegado al extremo de irrespetarse y agredirse, la solución es la separación y el divorcio con la consecuente opción de seguir el camino, si así se desea, en otra compañía. Hombres y mujeres deben respetar y acatar la decisión de su pareja de continuar o no juntos. El no hacerlo acarrea en muchos casos consecuencias reprochables e irreparables. Un motivo indudable de la actitud machista de los hombres para agredir a sus mujeres y someterlas a sus pretensiones es que hoy en día ellas están preparadas para asumir su independencia sin mayores traumas sociales o económicos, lo que ha terminado con aquello de que los matrimonios de antes duraban más que los de ahora: no, lo que duraba más era precisamente el sometimiento fruto de la dependencia. Es hora de despojar a la mujer de burkas y protegerla de ritos degradantes, para que en igualdad con su pareja pueda asumir el rol que libremente escoja en la sociedad sin verse disminuida o discriminada. El matrimonio y la familia están en crisis, pero de esta crisis debe nacer el equilibrio entre los “socios cónyuges” para que el futuro de esta institución, pilar indiscutible de la sociedad, salga fortalecido. *Abogada.

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