Columna


Chepe Fortuna

VANESSA ROSALES ALTAMAR

07 de agosto de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

07 de agosto de 2010 12:00 AM

No sé en qué universo los costeños vivimos exagerando nuestro acento, vestimos sólo trapos de segunda y habitamos una especie de caserío sin tiempo donde todo es simplón, cómico y alegre porque sí. Pero esa parece ser la imagen que quiere retratar el canal RCN sobre nuestra cultura e identidad, en la recién estrenada Chepe Fortuna. Para los que hayan echado un vistazo a la telenovela –donde hay personas con cabezas de tiburón y visiones bizarras en el desierto– se habrán familiarizado ya con la trama, tan típica y reciclada, como la de cualquier telenovela de amor “imposible” entre un muchacho pobre y una bella niña rica. La palabra “celebridad” está asociada a lo que, de fondo, es celebrado por una sociedad. Y en Colombia ya está más que instalado ese fenómeno bajo el que, toda ex reina de belleza resulta, milagrosamente, una actriz entrenada para la pantalla. También estamos habituados a las historias flojas y la idolatría incesante al narcotráfico. Al menos, Chepe Fortuna es un respiro de esto último, trata de moverse en una línea de comedia encantadora, con personajes alegrones y un panorama caribeño. Sin embargo, al verla, queda un sinsabor inevitable. Es que pareciera que, aún hoy, en 2010, la cultura costeña es parodiada de la misma manera. En esa versión tergiversada de nuestra cultura, habitamos una tierrita caliente, llena de mecedoras y personas “pobres” pero pujantes, con acentos forzados y vidas cimentadas en el cliché. Esa es la esencia de la telenovela. Lo realmente notorio es que la cultura costeña deba seguir siendo sometida a esas reducciones tan mandadas a recoger. Los actores, en un intento por aportar la sabrosura que sí nos caracteriza, logran un acento de caricatura, artificial y vacío. En ese panorama, los costeños pasamos a ser una cultura “cómica”, hecha para entretener y relegados a cumplir una función de sociedad sin profundidad ni trasfondos. La televisión colombiana y los canales como RCN retroalimentan -aún hoy- estereotipos que se forjaron tan atrás como el siglo XIX. El calor trae alegría, gozo y pereza, por ejemplo. La exuberancia de nuestros aportes culturales queda disminuida a la caricatura de un pueblito donde se vende fruta y pescado. Hay que reconocer que percibir una pausa al exceso de programas basados en capos y prepagos es un alivio, pero la televisión colombiana persiste, alimentándose de la misma vacuidad. En los horarios pico de audiencia no hay programas para rescatar ni que merezcan elogios serios. Hay, en cambio, novelitas que pretenden revivir el dolor de una violencia reciente cuyas secuelas no han desaparecido. Como es el caso de Rosario Tijeras, que no sólo era una repetición de una historia escrita hace mucho y convertida en película, sino que parecía sustentarse en el morbo de la matanza y la delincuencia para atraer las miradas del televidente. Hay un vacío palpable en todo eso. En lo que celebramos como sociedad y en lo que la televisión brinda para celebrar. *Historiadora, periodista, escritora rosalesaltamar@gmail.com

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