En esta ciudad a nadie le interesa la suerte de los peatones, ni siquiera a ellos mismos. No lo digo sólo por el titular y la fotografía que el domingo 31 de mayo aparecieron en la primera página de la edición local de este diario, para referirse e ilustrar sobre el riesgo que asumen quienes transitan por el cruce de la carrera 16 con calle 24 (que no 23), sino por los muchos escollos que debemos sortear en diferentes lugares, sin importar que atravesemos por un tugurio, el sector comercial o un barrio de aquellos en que se yerguen residencias de salones amplios, ventanales relucientes y jardines atendidos. En estos vemos los carros aparcados sobre los andenes, de modo que el peatón debe bajar a la calle para competir por un espacio sobre el cual caminar. Los policías del Tránsito nunca rondan por ahí. Tampoco lo hace la grúa y nadie se queja. Además, en los sectores en donde hay lotes vacíos la acera se interrumpe, en ocasiones porque la maleza se convierte en obstáculo, en otras porque quienes están construyendo instalan las casetas sobre el andén, obligando a quien camina a hacerlo sobre la calle, como si compartir la calle no implicara riesgos. En donde habitan los pobres también faltan las aceras o aparcan vehículos sobre las que existen. Aunque es verdad que se ejecutan trabajos de pavimentación de calles, las obras se quedan en eso. Entonces, se repite la historia: los de a pie y los motorizados transitan la misma senda. Solo que acá el tráfico es mayor. Del Centro no se puede predicar la carencia de aceras. Pero tampoco se puede desconocer la proliferación de obstáculos que impiden un desplazamiento sin riesgos. Para empezar su ancho no es generoso y sobre ellas hay vendedores estacionarios, que ofrecen desde instrumentos para reparar los objetos de la casa hasta viandas cocidas, que son consumidas ahí mismo, sin reparar que la olla que los contiene esté o no caliente, ni que los desperdicios y la grasa se esparzan sobre el pavimento y terminen adhiriéndose a él, produciendo la sensación de patio abandonado. Adicionalmente, no hay semáforos peatonales y en la puerta de acceso a los establecimientos de comercio, los equipos de sonido suenan a volúmenes que superan los decibeles permitidos para no incurrir en contaminación auditiva. De esa práctica ya no escapan ni los almacenes de cadena. Todo esto bajo la mirada de la Policía y la complacencia de la Alcaldía. Sí, porque los operativos para evitar la presencia de los vendedores ambulantes se realizan con intermitencias, sin que con ello se les disuada para no regresar. Tampoco se conoce que se haya impuesto multas a los propietarios de vehículos por atravesarlos en el camino de los peatones, ni a los propietarios de predios que no sólo no los desmontan, sino que no construyen los andenes. Es indudable que falta espíritu de ciudadanía. Sobre esto poco se hace, así el Alcalde se ufane de trabajar en este sentido. ¿Será qué él considera que el trabajo para fomentar la construcción de ciudadanía se limita a poner a unos imberbes, contrariando las normas que prohíben el trabajo de menores, a regular el paso de peatones sobre las cebras pintadas en los cruces en donde funcionan los semáforos?. noelatierra@hotmail.com
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