Columna


A conciencia

NADIA CELIS SALGADO

05 de abril de 2010 12:00 AM

NADIA CELIS SALGADO

05 de abril de 2010 12:00 AM

En plena campaña presidencial un columnista del New York Times advertía que, además de a un prejuicio racial, Obama se enfrentaba a un prejuicio contra la intelectualidad. A juzgar por sus votos, los estadounidenses preferían el pragmatismo a la inteligencia. Pocos le apostaban al triunfo de un llamado a la reflexión y la responsabilidad mutua en un país sumergido en la infancia permanente, en la ignorancia llena alimentada por sus élites para gobernarlo, y exacerbada entonces por la crisis y el bien administrado reino del miedo impuesto desde 9/11. Obama insistió en devolverles la dignidad a los ciudadanos, tratándolos como a adultos racionales tanto para que lo eligieran como para que lo acompañaran en la transformación de su país. Al sol de hoy, han pisado fondo y resurgen renovados por la recuperación progresiva de su economía bajo un paradigma más equitativo, en el que el beneficio común confronta la lógica esclavizante del dinero y el egoísmo mercantil. No se medía Obama contra la larga tradición de corrupción y violencia, ni contra la glorificación del odio que vivimos los colombianos. Contaba con un pueblo que se veía a sí mismo como justo y digno de la oportunidad brindada, no con uno enseñado a aceptar la mentira y el “todo se vale” como forma de gobierno. Apelaba a individuos capaces de mirarse por dentro y asumir un compromiso. Le apostaba a crear, aún si no existía, un pueblo con conciencia. “De qué nos vale tener inteligencia si no aprendemos a usar la conciencia” canta un político de la salsa. La conciencia es sentido común –el menos común de los sentidos–, capacidad para pensar desde tu lugar poniéndote en el de los otros, un sentido que, a diferencia de la argucia mezquina, permite razonar en colectivo. Inteligencia sin conciencia es lo que nos hemos acostumbrado a celebrar y elegir los colombianos: astucia para imponer y artimaña para ganar en el juego sucio, llevándose por delante al que sea. Raponería de alta ralea, sagacidad para que no te agarren, o -diploma doctoral- para que habiéndote pillado te absuelvan, son los requisitos del éxito en la carrera política en nuestro país. El postdoc es que, a pesar de todo, te reelijan. Con el legado de semejante escuela se enfrentan los candidatos dispuestos a razonar con sus electores. Lo bueno es que candidatos hay, en contra de los pronósticos apocalípticos que acompañaban la caída del mesías. La pregunta es si hay pueblo para elegir la honestidad, las propuestas reflexivas e incluyentes, la promesa de una transformación de fondo. Si hay una lección digna de repetir de las elecciones del 2002, mejor aún, de las del 2008 en los Estados Unidos, es la de que lo imposible se puede. No comerse el cuento del “malo conocido” ni de “la suerte está echada”. La decisión, la responsabilidad, es de los que votamos. Por eso hay que informarse, reflexionar, formular opiniones propias y expresarlas, escucharnos mutuamente, parar de corear los tres estribillos melosos que nos bombardean desde los Santos medios. Estas elecciones son nuestra oportunidad para mirarnos en el espejo no de lo poco que nos dijeron que somos, sino de lo mucho que podemos y queremos ser. Creer en el porvenir, y votar a conciencia. *Profesora e investigadora nadia.celis@gmail.com

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