Columna


Congreso pecaminoso

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

13 de julio de 2009 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

13 de julio de 2009 12:00 AM

Los maestros de la filosofía “tomista” enseñaban que el “consenso universal es criterio de verdad”. En otras palabras: la coincidencia aplastante de juicios sobre un tema lo convierte en realidad incuestionable. Y ahora, en nuestra maltratada república, las grandes mayorías consideran que el Congreso es corrupto, porque está formado, en inquietante proporción, por personajes tortuosos, cuando no francamente delictivos. No vamos a entrar en un debate vacuo sobre si el problema radica, fundamentalmente, en el parlamento como institución o si las fallas reposan en la pobre calidad de muchos de sus integrantes o en defensa de su reglamentación interna. Eso sería revivir la antigua controversia sobre el sexo de los ángeles que desveló a los pensadores bizantinos. Lo cierto es que el Congreso pasó de cuerpo conspicuo y respetable, a ser un bodrio. Se trocó en una corporación sin autoridad y sin prestigio. Simplemente porque gran número de senadores y representantes lo han erigido en fábrica de indelicadezas y de iniciativas protervas que lo envilecen, hasta mostrarlo a la faz del país afligido y del mundo asombrado como una sociedad de “dañado y punible ayuntamiento”. La imagen se fundamenta en hechos incontrovertibles. Los llamados, por el inefable lugar común “padres de la patria”, se han prestado a oscuras maniobras, a manejos mezquinos y a condenables trapisondas. Sin rubor, han negociado sus investiduras a trueque de respaldos ilegítimos. Se han prestado a inauditas componendas reñidas con la ética. Y han mancillado el nombre y la reputación de una de las piedras angulares de la democracia. Se ha llegado a tales extremos en el manejo irresponsable de la célula legislativa por excelencia que muchos de parlamentarios, aplastados por pruebas irrefutables, se encuentran privados de la libertad por delitos comunes, que no tiene ninguna vinculación con la política, en el buen sentido del concepto, ni con el servicio de los intereses públicos. Están en la cárcel, investigados o sentenciados, junto a otros figurones, también de dudosa reputación, que fueron elegidos por ellos, recientemente o en el inmediato pasado, y que faltaron a sus deberes, utilizando su poder y su preeminencia para enriquecerse indignamente. El país entero condena con severidad el manejo delictuoso de las posiciones de comando. Mas ese rechazo debe traducirse en resultados prácticos. Que es, cabalmente, lo que pidió, desde tiempo atrás, el arzobispo de Bogotá, monseñor Pedro Rubiano, al solicitar que no se llevara el “elefante”, símbolo de la corrupción galopante, al parlamento. O, con más precisión, que, a través de una selección cuidadosa de candidatos en los comicios, que habrá en el 2010, se limpie el Palacio de las leyes y se saque al pesado paquidermo del Capitolio Nacional, donde, desde hace algunos años, se encuentra instalada la “delitocracia” con curules. No va a ser fácil. La corrupción tiene innumerables tentáculos. Hay muchos candidatos a la orilla del presidio. Y la Costa, y Colombia entera, tienen que hacer un acto de contrición y adoptar un serio propósito de enmienda para sanear su imagen. Sobran los nombres. A fin de cuentas todo el mundo los tiene en su memoria. *Ex congresista, ex embajador, ex cónsul general y Presidente Academia de la Historia.

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