Hace muchos meses, un debate en el Concejo Distrital se convirtió en la resurrección del “espíritu del manglar” que, con la sacralización de los vegetales de la zona ha obstaculizado la terminación de la Avenida Tercera de El Cabrero. La discusión desatada por los pontífices de la “manglería” llegó a tal extremo que envolvió al mismo Juan Lozano cuando ocupaba el Ministerio del Medio Ambiente. Y, según parece, tiene ahora influencia en las esferas de la alcaldía, a las que logró ingresar, a través del DATT, al frente del cual estuvo uno de los “obispos del manglaraje”. Pero basta ya de exageraciones. Quienes nacimos y crecimos al lado de los caños sacrificados ahora por el crecimiento delirante de la manglería, insistimos en la necesidad de que se le ponga fin a su reproducción sin límites. Es imposible permitir que las intrigas y los aullidos iracundos de los “fundamentalistas” de un mal entendido ambientalismo consigan que las autoridades escurran el bulto y se abstengan de adoptar medidas de control sobre la vegetación para defender las aguas interiores olvidadas, despejar el paisaje acuático hermoso, hoy desaparecido a los ojos de naturales y turistas, y asear las riberas sucias y apestosas de los canales y lagunas. Los manglares de Cartagena jamás habían invadido los caños ni desplazado sus orillas limpias, en las que se detenían lanchas y canoas. Y nunca, lo que podemos asegurar los miembros de mi generación que jugábamos de niños en las riberas de Manga, Pie de la Popa y El Cabrero, y presenciamos el desarrollo de los barrios tradicionales de la urbe, tuvimos noticia de que la existencia intangible de unas plantas (cualesquiera que fueran) se convirtiera en obstáculo para el progreso de la ciudad. Ni más faltaba. Todo lo contrario. Hace varias décadas, la Alcaldía Municipal ordenó el despeje de los canales para que los lotes aledaños favorecieran el crecimiento urbano y la construcción de calles y viviendas. Que es precisamente lo contrario de lo que se trata de torpedear en el presente, con débiles argumentos. Los manglares no pueden detener el desarrollo normal de la ciudad. Las autoridades distritales tienen la obligación de rescatar caños y lagunas. El mangle es útil para el saneamiento de las aguas. Nadie lo discute. Mas, de ninguna manera puede rellenarlas o reemplazarlas con sus raíces, acabar con ellas o impedir la marcha del progreso. Y, mucho menos, quebrar la belleza del paisaje, hasta el punto de reemplazar la mágica visión de las murallas centenarias de San Lázaro, llegando, otra vez, como en el pasado, a crecer exageradamente contra los fortines coloniales, en amplios trechos de Getsemaní. Asimismo, están sirviendo de barrera a las aguas de la bahía para rellenar el rincón del baluarte “El Reducto”, hacia el final de “El Arsenal”. Ya es hora de que las autoridades correspondientes pongan la verdad en su punto, sin temores reverenciales. La obra de la nueva Avenida de El Cabrero, iniciada hace más de dos años, no se ha podido terminar. Y es conveniente para la ciudad, pues facilitará el tránsito por el sector, estimulará el progreso de un barrio con gran historia propia y acrecentará la visión mágica del panorama, con La Popa y el Castillo de San Felipe como telón de fondo. *Ex congresista, ex embajador, Miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, Miembro de la Academia colombiana de la lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com
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