A medida que crece la oferta cultural de una ciudad, deberían crecer también los espacios periodísticos que informan sobre ella y la promueven. Entre la oferta y la demanda, o mejor dicho, entre las muchas ofertas que no encuentran demanda, deberían existir espacios informativos que estimularan el hábito de consumir cultura. El último informe de “Cartagena Cómo Vamos” reveló que los mayores consumos culturales de los cartageneros son la asistencia a los centros comerciales y a las playas. Aunque parezca extraño creer que visitar un centro comercial o pasar el domingo en la playa sean actividades culturales, debemos aceptar que sí lo son. Subir y bajar escaleras automáticas, pasearse de ida y vuelta por pasillos impecablemente encerados, mirar ropa en almacenes de decoración sugestiva, sentarse a consumir un helado, entrar a un multicine, soñar que tal vez mañana se tenga lo que hoy no se puede adquirir; encontrarse con amigas y amigos en el espacio comercial que reemplazó a la calle del barrio, es, en su sentido más amplio, una actividad cultural. Pero aquí quiero referirme a la oferta cultural más o menos tradicional: exposiciones de arte y artesanías, espectáculos de artes escénicas, conferencias, debates académicos, recitales poéticos, presentaciones de libros, muestras fotográficas, proyecciones de cine, propuestas experimentales, en fin, eventos que se ofrecen a la comunidad y que ésta debería aceptar como un servicio que la enriquece. Muchas veces es una oferta gratuita, como los ciclos de cine de países e instituciones extranjeros. Pero pese a haber crecido esa oferta, el público local no responde con el mismo interés. Tampoco responden los espacios que los medios de comunicación destinaban antes a la cultura. Ha venido sucediendo que, a mayor oferta cultural, menor es el cubrimiento periodístico. Sólo los grandes eventos, producidos por poderosas empresas privadas, suscitan el interés de los medios. La función mediadora y educativa que cumplían periódicos y emisoras, se reduce paulatinamente. Se habla de una sociedad más incluyente y de la necesidad de derribar las murallas que separan la cultura popular de la cultura de las élites privilegiadas; de democratizar el consumo cultural y atraer a los espacios antes sacralizados a aquellos sectores sociales que han estado alejados de ella. O de traer a los espacios sacralizados las manifestaciones culturales antes periféricas. Puedo afirmar como testigo implicado que mucho de esto se ha ganado en Cartagena en los últimos diez años. Las comunidades tradicionalmente excluidas han empezado a vivir procesos de conciencia cultural y social que se expresan en el arte y la cultura. Su creatividad se ha vuelto más visible y se han ensanchado los criterios para su reconocimiento. Pero nada de esto se impondrá plenamente en las costumbres cotidianas (como ir al centro comercial o a la playa) si los medios de comunicación no cumplen la función social de promover aquello que le da vida al desarrollo material y espiritual de los pueblos. La riqueza cultural de una comunidad descansa también en sus hábitos de consumo cultural. *Escritor salypicante@gmail.com
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