Columna


De festivales y plazas

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

06 de enero de 2010 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

06 de enero de 2010 12:00 AM

Al convertirse Cartagena en una ciudad turística fue inevitable que los empresarios del turismo y las autoridades locales se percataran de que su atractivo singular reside en la belleza incomparable de su viejo centro colonial, que es evidente que sus playas no tienen como competir con las de muchos de los destinos caribeños, y que al lado de la rumba, la droga y las mulatas que se venden al mejor postor, era necesario vender también el centro histórico como destino cultural. De modo que, apenas previsible, enero se convirtió en el mes en el que se concentraron las actividades culturales de gran atracción para los turistas de medianos y altos ingresos, dueños de la fantasía de sentirse miembros del jet set colombiano o, al menos, de codearse con sus estrellas más rutilantes. Y como anillo al dedo, y sin que los cartageneros tuvieran que hacer prácticamente nada, o muy poco en todo caso, impulsadas desde afuera, se organizaron dos grandes atracciones culturales: el festival de música clásica y el Hay festival de literatura. Ambas de gran calidad, no han dejado de provocar toda clase de polémicas alrededor del público al que están destinadas. Y en ambos casos, las críticas han apuntado a su carácter elitista: a la poca o ninguna participación de los cartageneros humildes en el cuerpo principal de sus actividades, que suele tener lugar en el Teatro Heredia, en los conventos e iglesias y en las plazas coloniales. Traigo a cuento lo anterior, ahora que veo que surge de nuevo la polémica alrededor del uso del espacio público. Circula en la Internet una carta en la que se expresa indignación por el hecho de que se quiere cerrar la plaza de la Trinidad, en el barrio de Getsemaní, para que allí tenga lugar uno de los conciertos. Se lee ahí que muchos en el barrio están molestos ante lo que creen que es una manera de excluirlos, y reivindican su vieja tradición de lucha por la ciudadanía y el hecho de que todos los espectáculos culturales que han tenido lugar en ese sitio se han realizado con la plaza abierta. Estoy seguro de que la intención de los organizadores del festival de música no es la de excluirlos. Pero sí creo que mucha razón le cabe a la gente del Getsemaní, al intuir que si permiten que en esta ocasión se cierre, con el tiempo convertirán este bello lugar, como el resto del Centro, en sitio de restaurantes elegantes, de matrimonios y de banquetes de convenciones, en los que no tendrán el derecho siquiera de acercarse, como sucede hoy en los eventos que se realizan en las otras plazas cartageneras, custodiados por la Policía para que no se acerquen los cartageneros. El problema de fondo, y no es culpa de quienes organizan estos festivales, es que esta ciudad no tiene una gran sala pública para la cultura. El maestro Guillermo Espinosa propuso hace más de medio siglo que se construyera un gran escenario, que él se imaginaba para 10.000 personas –que hoy debiera ser para muchas más-, y nadie le hizo caso. Mientras tengamos teatros bellos pero con capacidad para sólo 700 personas, y una política cultural que no es muy audaz en estimular la participación de las gentes humildes en las actividades del centro colonial, eventos como estos serán inevitablemente elitistas, acompañados de una que otra función en los barrios populares. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena.

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