Columna


De la desolación a la esperanza

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

26 de enero de 2010 12:00 AM

GERMÁN DANILO HERNÁNDEZ

26 de enero de 2010 12:00 AM

La conmoción general que estremece al mundo por la catástrofe de Haití generó reacciones que fluctúan entre genialidades y estupideces. No vale la pena controvertir tesis soportadas en fanatismos religiosos, que explican la ira divina como causa del terremoto, para castigar las prácticas aparentemente “diabólicas” que ejercen los haitianos y que están ligadas, al igual que en otros pueblos del Caribe, a sus raíces culturales. Las teorías de hecatombes naturales como armas de guerra teledirigidas, si bien no son del todo descabelladas, son difíciles de comprender, especialmente si se consideran las limitaciones de la humanidad para llevar agua a regiones que han sucumbido por la sequía y hasta para apagar grandes incendios forestales en países pobres y ricos. Otra tesis controversial es la de una aparente invasión militar, con fines de dominación, amparada en la asistencia humanitaria que las grandes potencias otorgan a la destruida nación caribeña. Se supone que las conjeturas anotadas deben contar con amigos y detractores, dependiendo de la orilla ideológica o militancia política. No obstante, la misma fuerza del sismo parece haber estremecido el aparente orden de algunas ideas y la lógica quedó sin sendero predeterminado, para decidir el presente y el futuro de Haití. Las imágenes crudas en la televisión y en otros medios informativos sobre el hambre, la violencia y el caos en Puerto Príncipe, han permeado igualmente en mí profundas convicciones civilistas y de soberanía. A pesar de ser opositor abierto del militarismo y de injerencias imperialistas, terminé, en medio de la consternación, preguntándome por qué las grandes potencias tardaban tanto en definir una invasión militar en gran escala por aire, tierra y mar, para retomar el control en la nación destruida y poder llegar con mayor rapidez a rescatar atrapados en edificios destruidos, salvar heridos, sepultar cadáveres y distribuir ayuda entre los sobrevivientes. Las advertencias de intereses políticos transnacionales, camuflados entre médicos, comidas y frazadas, me sonaron por lo menos inoportunas y sólo justificadas por el sectarismo ideológico, que desprecia por naturaleza motivaciones del corazón y de la propia razón. Aún sin superar el impacto de la tragedia, pero de manera más reposada, sigo pensando que frente a semejante demostración de vulnerabilidad que tenemos como especie, los hombres no podemos ser inflexibles en nuestra forma de pensar y convivir. A riesgo de equivocarme y de ser censurado por quienes conocen mis líneas conceptuales, pienso que la única posibilidad de Haití para resurgir es una “invasión” de gran envergadura, coordinada por varias naciones, en la que se experimente la construcción de una nueva nación y nuevos esquemas de convivencia. Haití parecía un país inviable, con eternas crisis políticas, violencia galopante y pobreza extrema incomparable. Con el terremoto tales males no quedaron sepultados y por el contrario, algunos aumentan dramáticamente. A instancias de las Naciones Unidas, la humanidad tiene en Haití la oportunidad de demostrar su grandeza y levantar los cimientos de un país diferente, respetando a los haitianos, generando oportunidades de equidad, paz y esperanza. *Trabajador Social y periodista, docente universitario, asesor en comunicaciones. germandanilo@hotmail.com

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