Columna


De las malas obras públicas

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

16 de diciembre de 2009 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

16 de diciembre de 2009 12:00 AM

Cada vez que paso –y lo hago todos los días camino a casa- por la puerta de la muralla llamada de Paz y Concordia, esa que está al lado del viejo Circo Teatro, compruebo con tristeza la curiosa paradoja que encierra Cartagena. Reconocida como una de las ciudades más bellas de América y sin embargo tratada como pueblo de quinta categoría, o peor. No voy a hablar de la suciedad y el mal gusto que impera en todas las obras que se adelantan en la Cartagena de los cartageneros menos encumbrados. No me voy a referir a la infamia que es la Vía Perimetral. Con los puentes mal acabados, con las zonas de recreo convertidas en aéreas pantanosas y sucias. Obra tosca y mediocre sin el más mínimo interés por parte de sus constructores de terminar lo ya bastante mal hecho. Ni tampoco me voy a referir, no obstante su ubicación estratégica en el área turística, al bodrio de paseo peatonal que viene de Crespo hasta El Cabrero. ¿Cuánto costó semejante vulgaridad? ¿Quién se ganó ese contrato? Ahí sigue como monumento a la desidia: cada vez peor en su abandono y suciedad. ¿Qué tal el nuevo puente Heredia y los paraderos de buses de hace ya algunos años? ¿Y los parques, mal hechos y sin gracia, casi todos convertidos en basureros o algo parecido? Para no hablar de los contratos famosos de ornamento, comenzando por la compra de palmeras, que costaron millones de pesos, que se sabía que no iban a prosperar. Pero no es de las decenas de obras mediocres de los alcaldes ungidos en el pasado por el voto popular sobre lo que quiero escribir en esta columna. Hoy lo quiero hacer sobre lo que sigue sucediendo, pese a las declaradas y creo sinceras intenciones de la Alcaldesa de invertir mejor el dinero nuestro. ¿Cómo es posible, me pregunto, que se le dé un contrato a un ingeniero para que arregle el paso de la puerta de Santa Catalina, hace apenas no más de dos o tres meses, y hoy ese pequeño paso esté peor que antes, con unos huecos espantosos y unos muros de contención que nadie sabe qué función cumplen? Advierto que no sé quién hizo este horror de obra ni tampoco sé cuánto se gastó el Distrito en ella, pero me puedo imaginar que nadie le ha pedido cuentas ni reclamado por el perjuicio causado. Así funciona todo en Cartagena: en los barrios pobres y en los ricos. Los contratos se ejecutan de la peor manera, contra la ciudad, y no hay interventor que valga. “Noble rincón de mis abuelos…;” decía el gran Tuerto, evocando viejas épocas y lamentándose del presente. Y nosotros, qué podríamos decir nosotros, obligados por décadas a presenciar cómo se destruye un patrimonio arquitectónico sin compasión, sin asco. Cómo se afea una ciudad, aún en sus barrios dizque de clase alta, sin que a nadie parezca importarle tal asunto, en una espantosa e inmoral feria de contrataciones. Pero los empresarios parecen no haberse dado cuenta de un sino trágico: Cartagena no podrá ser jamás un destino de alto turismo internacional, tal como va. El viejo casco histórico es una gran atracción, pero no es suficiente. El resto de la ciudad produce vergüenza ajena. ¿Cómo pedirle a los cartageneros que la quieran y la protejan? *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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