Es un despropósito mayúsculo –lo sé– mencionar juntos a Laureano Gómez y a Fincho Cepeda. Pero en el Conservatismo hubo jefes menos ilustres que Gómez, y más próximos a la dimensión de Fincho, que cumplieron en su momento un papel decoroso aun cuando la política y sus servicios a ella no les hubieran traído la gloria en vida. No se despreciaron a sí mismos, ni sacrificaron su fuerza negándose sus valores, para exprimirle dividendos a una sumisión bien gratificada. Tanto como el Liberalismo, el Partido Conservador tuvo casta guerrera, y durante 16 años, de 1930 a 1946, quienes llevaron la responsabilidad de dirigirlo preservaron la altivez de su misión y se mantuvieron a la altura de su compromiso. Desafiaron el desierto hasta cuando la división liberal les franqueó la senda del poder. Como lo resaltó el mismo Laureano en uno de sus discursos mejor elaborados, colmaron la primera fila de la batalla. Esta comparsa de Holguinitos, Cepeditas y Uribitos ni siquiera ha tenido sentido del ridículo. Jugaron sin pudor en las dos canchas, la de la reelección y la del candidato propio, porque se acomodan mejor con las palanganas que les tira Uribe que defendiendo una tradición política que les ha dado figuración y protagonismo. Divirtieron al país con una corrida de toreo bufo indigna de un partido serio y ultrajaron la inteligencia de sus compatriotas. Fincho, que saca pecho cuando habla de un Conservatismo fortalecido, no se atrevió a probar el temple de sus espuelas. Los votos y las dádivas de la madrina no dan para tanto. Lo que sí dejó en claro fue que ser el presidente de un partido no es igual a ser su jefe. Él y sus asteroides continuaron de segundones, con el coraje pinchado, repitiendo la falacia de que nadie encarna las ideas conservadoras mejor que Uribe. Lo más representativo de este Partido Conservador de los Finchos y los Holguines es el senador Alirio Villamizar. En ese preclaro ejemplar bulle enterita la comunión ideológica entre la doctrina conservadora y el talante de Uribe. Si la mochila está llena de notarías, embajadas, efectivo y enotecas, ¿para qué correr riesgos con un candidato de cintica azul y proceder villano? Quedémonos –dicen– con el proceder villano y olvidémonos de la cintica azul. ¿Qué hubiera pensado Misael Pastrana de Fincho Cepeda? ¿Y Álvaro Gómez de Carlos Holguín Sardi? ¿Y Ospina Pérez de Fabio Valencia? Me imagino a Chepe de la Vega observando el panorama de Bolívar, y a don Abel Carbonell (el viejo) el del Atlántico, y al general Riascos el del Magdalena, y a Camacho Carreño el de Santander, y a Alzate Avendaño el de Caldas, y al general Berrío el de Antioquia. Sin proponérselo, Fernando Araújo, José Galat y Álvaro Leyva (a Uribito nadie le creyó su despezonada del Führer) le dieron un pujito de dignidad a esa directiva claudicante que preside Fincho. Digo “sin proponérselo” porque los tres creen, de veras, que cualquiera de ellos que resulte escogido en una consulta conservadora puede ganarle las elecciones a Uribe. Un amigo español del Partido Popular que estuvo por aquí hace unos días me dijo, después de conocer esta historia melancólica: “Joder, hombre, he comprobado que lo más parecido que hay al Partido Conservador Colombiano es la glotonería de Orson Welles”. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es
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