El récord histórico de 9 millones de votantes a favor de Santos derrumbó dos mitos: 1) “los votos no son endosables”, 2) “para debutar con éxito en una campaña presidencial se necesita haber sido elegido antes en otra votación popular”. La derrota decorosa de Mockus reafirmó cuatro: 1) “sin bancadas fuertes es imposible lograr una alta votación”, 2) “para ser un candidato viable se necesita una buena dosis de política”, 3) “en una campaña empatada gana el candidato que menos se equivoque” y 4) “los candidatos que aspiren ser estadistas no pueden gaguear”. Con la lección aprendida, el Partido Verde tienen dos tareas difíciles para el futuro inmediato si quiere revertir los mitos que le negaron la victoria e imponer sus postulados incuestionables: 1) incursionar más en política y 2) ejercer una oposición seria, así sea de opinión (con 5 congresistas no da para más). El 69% arrollador de Santos tiene muy contentos a la horda de políticos buenos, regulares y malos (¡qué susto!) que lo acompañan, de casi todas las bancadas que controlan el poder legislativo. Con la disculpa de la “unidad” podríamos caer en un absolutismo inconveniente para Colombia. En tal escenario, los Verdes y el Polo tienen la responsabilidad enorme de ejercer la oposición justa y necesaria contra una aplanadora, como sería el gobierno de Santos. La adhesión vergonzosa de los liberales a Santos, después de salir derrotados con una participación tan baja, que casi no supera el umbral mínimo (4%) para la reposición de dinero por votos, sería la sepultura de ese partido agonizante. La oposición perdió un aliado. Mis respetos a la senadora Cecilia López por defender su dignidad al preferir retirarse, que humillarse al apoyar un programa que su partido criticó con insistencia en la campaña. A Uribe le ocurrió un fenómeno inédito en la política tradicional: no tuvo una oposición partidista fuerte dado que sus contradictores, el Polo y el partido Liberal, carecían de las mayorías requeridas para ejercer el control político, la moción de censura y otras “armas” constitucionales. Y como “todo vació tiende a llenarse”, según un principio físico incontrovertible en política, el espacio dejado por la oposición partidista en la era Uribe terminó copado por el más impensado de los poderes del Estado: ¡las altas Cortes! En estos 8 años, la opinión pública soportó con estoicismo el “choque de trenes” entre los poderes ejecutivo y judicial; y terminamos habituados a sus consecuencias desastrosas, como estar más de un año sin Fiscal General por culpa de un encontronazo con alto contenido político. Los pronunciamientos, formales e informales, de los presidentes del las altas Cortes ocupan cada vez más espacio en los medios de comunicación, actitud contraria a la reserva y seriedad que exige la dignidad más encumbrada de nuestro marco constitucional. En medio de este torbellino de pujas, que van y vienen, es reconfortante saber que las dos primeras visitas de Santos fueron a los presidentes de la República y las altas Cortes, para limar asperezas y enderezar el rumbo de ambos trenes; y así evitar que siga colisionando nuestra institucionalidad. Un buen gerente, y Santos sin dudas lo es, sabe que la única manera de acabar con los encontronazos es con los encuentros. *Ing. Civil y MBA, Directivo Empresarial restrepojaimea@gmail.com
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