Columna


Derrotas de la imaginación

ROBERTO BURGOS CANTOR

30 de enero de 2010 12:00 AM

ROBERTO BURGOS CANTOR

30 de enero de 2010 12:00 AM

De las ideas o conceptos que durante años sirvieron para caracterizar la sociedad que debía construirse y la organización de su Estado, que parece todavía necesario, una de las más afectadas es la noción de lo público. Parece que las teorizaciones del Derecho francés y sus desarrollos relativos a los servicios públicos terminaron por agregar una concepción que se volvió, en su manera de recibirla, mecánica. Así las características de continuidad y ausencia del lucro, necesidad general, quedaron al borde de la voracidad de ganancias de la gesta individual, siempre insatisfecha. Una especie de carcoma, o comején lento, empezó a deteriorar la idea de lo público desde la perspectiva creciente de los servicios. Lo paradójico es que la noble doctrina francesa ni siquiera había logrado cubrir los requerimientos de unas poblaciones empobrecidas, sin horizontes virtuosos de crecimiento, y todavía ajenas a la propuesta europea de progreso, igualdad, libertad, vínculos fraternos. Este extrañamiento no era producto de la barbarie. Se daba por el derecho natural a comprender con las aspiraciones y las devastaciones de nuestro mundo una unidad social distinta, propia. Es decir, sudada por nosotros. ¿Quién negará el abismo de imposibilidad entre hombres desnudos, apenas experimentando la comunicación con la naturaleza y organizando formas recientes de asociación, y aquellos visitantes, resueltos como invasores, con sus ropajes de hierro y armas y lengua desconocida? Y después una élite formada en la cultura del invasor que utiliza sus propios y mismos argumentos para expulsarlo y debe intentar el diálogo con la representación de una autoridad distante, sin rostro para ellos, de peluca y bastón. Ante las dificultades de un Estado que llamaron social, o paternal, o asistencialista, apareció renovada la solución de lo individual y su gran motor: obtener ganancias. En las reflexiones sobre el desastre de un Estado atento a la redistribución y el apoyo a la población débil en nombre de la justicia, faltó algo. Se adelantó un análisis con metodología de contador público y juramentado y se desdeñó el factor humano. Se lo calificó de parásito, vividor del esfuerzo que debía ser conjunto. Se le despojó de su identidad política: de ciudadano, usuario, miembro de la comunidad, pasó sin saberlo a cliente, deudor, rémora. Por supuesto quienes encarnaban funcionalmente las formas de lo público: jueces, congresistas, policías, empleados de la administración, soldados, recibieron el nuevo ropaje y actuaron de acuerdo a la nominación reciente. Propusieron huelgas. Exigieron condiciones laborales. Vulgarizaron su majestad ya maltratada. Hoy se impone la reinvención del poder si se insiste en el esquema de la trinidad de las ramas. Dotarlo de una naturaleza en cuya acción ya no corrompa, ni encante, ni mande, ni conspire, pero que sea capaz de llevar al ser humano a su condición bondadosa y expulse la maldad por inútil. *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com

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