Columna


Descabellada realidad

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

02 de junio de 2009 12:00 AM

LUIS EDUARDO PATERNINA AMAYA

02 de junio de 2009 12:00 AM

Era un viernes a las cuatro de la tarde cuando el carro funerario salió con su carga hacia el maquillaje final que hiciera del difunto una persona con apariencia de vivo, sin arrugas, sin el color cetrino, con los ojos mirando hacia adentro como si estuviera dormido o meditando sobre algún aspecto de la vida que aún no haya comprendido y con la inmovilidad de quien parece muerto pero que aún no está porque en compañía del conductor del carro se dirige a una casa de amores fugaces, donde el sexo reina por encima de la muerte y como si estuviera de parranda se queda, ahora sí, atónito por el comportamiento del chofer quien asistido por una exótica dama se entrega al placer que la ocasión le brinda sin importar que su testigo estrella ya se había despedido de su tránsito por el mundo, pero que él apreciaba que apenas dormía ensimismado por sueños que jamás vivió, muy parecidos al banquete que el distraído conductor apenas si soñó darse por la costumbre de ser fiel a la madre de sus hijos en quien se sembró la desconfianza que, ni aún vigilado por un muerto, sirvió para persuadirla de que todo había sido un invento de los medios para autoalimentar la morbosidad con noticias que parecen metafísicas, anunciadas para que el imperio del mercado siga cocinando la ganancia que sirve a los dueños de la información aún cuando ésta provenga de la inverosimilitud, como aquella promontoria barriga de una humilde barranquillera que quiso atrapar a su marido pariéndole como una puerca pero que sólo nació la más grande pila de trapos viejos de que se tenga conocimiento en aquél país de los arroyos y los turcos. ¿Pensaría el chofer que acompañado de un muerto persuadía a todos de su conducta honesta y moralmente intachable?. Seguramente, pero algo lo traicionó. Podría ser la influencia del licor en su cabeza o la rutina de manosear tantos cadáveres que ello le producía seguridad para estar más vivo que nunca pero que finalmente quedó mucho más muerto que el mismo muerto cuando el sexo lo atrapó dentro de un ataúd que se llevó su responsabilidad, su fidelidad y su trabajo, moviéndose desde entonces hacia un solo destino que lo llevará al cementerio para reencontrarse con quien fuera su compañero en aquella orgía donde sólo hubo dos protagonistas porque el otro jamás entendió ni supo en que sitio se encontraba, creyendo incluso que había llegado al cielo, pero que de inmediato desechó la idea porque el cielo es justo y en aquella habitación sólo habían tres. Por ello, siguió muerto y dueño de su pasado, orgulloso de su vida al servicio del orden y las más exigentes reglas sociales que ni aún en tales condiciones de indefensión aceptó haber entrado a un motel para compartir con el oportunista conductor el entretenimiento con la carne, esa que empezaba a descomponerse abandonando un espíritu impoluto que contrasta con el de quien transporta la muerte como si no existiera. noctambula2@hotmail.com

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