Columna


Descongestionar el Centro

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

29 de marzo de 2010 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

29 de marzo de 2010 12:00 AM

Cada día aumenta sensiblemente la congestión del recinto amurallado. Se incrementa el síndrome de la Plaza Mayor, alrededor de la cual transcurre, todavía, la vida laboral de Cartagena, después de 477 años de su fundación, y de más de dos siglos de superada la Colonia. El escenario de las actividades de la ciudad parece congelado en el tiempo. La organización de gestiones oficiales y de trabajo corresponde a patrones que debieron ser superados con el crecimiento demográfico. Pero no. El recinto amurallado ejerce fascinación irresistible sobre la población. En el viejo casco urbano se aglomeran y atropellan todos los oficios. Desde los de más alto coturno hasta la pedigüeñería diaria de pordioseros y el correteo zarrapastroso de los gamines propios o importados. De esta manera coincide en una zona estrecha, de difícil acceso por el aumento delirante de los automotores y el valioso cerco de las murallas históricas, incomparable en el continente, la existencia laboral de decenas de miles de cartageneros. Consecuencia lógica de la concentración de gentes y de actividades es el despelote permanente que amenaza la tranquilidad pública y que, igualmente, se ha convertido en una de las principales fuentes de perturbación de la vida ciudadana y de molestia para los visitantes. La Cartagena antigua tiende a desfigurarse con el incremento súbito, en la actualidad, de construcciones que reemplazan a las viejas casonas solariegas. A éstas, con perturbadora frecuencia, se les añaden nuevos pisos, rompiendo la armonía de callejuelas estrechas escoltadas por románticos balcones. Hoy, desde Getsemaní hasta la Plaza de Bolívar, la ciudad se ha tornado en un sector punto menos que invivible. La Matuna, sin exceptuar la Avenida Venezuela, que volvió a ser ocupada por ventas y comederos, sigue convertida en un enorme lunar negro, astroso y tugurizado que, a cada instante, ve expandirse el desorden. La urbanización es un despelote alucinante al igual que la Calle del Tablón y sus alrededores, e invadido y prostituido gran parte de la Media Luna y de las vecindades de la Cámara de Comercio y la Calle de San Juan de Dios, así como la Segunda de Badillo y La Moneda. Para comenzar a aliviar la presión demográfica y laboral del “Corralito”, es urgente planear, como punto sobresaliente del programa del bicentenario de la independencia, la edificación de un gran centro administrativo y de gobierno, en la zona norte o en el suroccidente de la ciudad, para trasladar las oficinas de las diversas ramas del poder público que ahora se amontonan en un rincón estrecho, al lado de las principales actividades comerciales, bancarias, judiciales, universitarias y notariales. En las ciudades modernas se tiende a la descentralización. No solo para facilitar la existencia ciudadana sino como medio de evitar el hacinamiento que empieza a enloquecer a Cartagena. Hay que pensar en función de futuro. La primordial tarea de los planificadores es aislar el recinto amurallado, para preservarlo, limpiarlo y embellecerlo. No olvidemos que la hermosa herencia de España – única en América – es y será, por mucho tiempo, cantera del turismo y no podemos permitir que se nos salga de las manos. *Ex congresista, ex embajador, miembro de las Academias de Historia de Cartagena, y Bogotá, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. academiadlhcartagena@hotmail.com

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