Columna


Dios, el Gran Elector

AP

29 de julio de 2010 12:00 AM

CRISTO GARCÍA TAPIA

29 de julio de 2010 12:00 AM

La historia política, predominantemente la europea, incluye la figura del Gran Elector como elemento de primera magnitud en la consolidación de poderosas familias alrededor del poder imperial, detentándolo o eligiéndolo, pero siempre determinando en provecho propio su existencia. Bástenos rememorar que la Bula de Oro de 1356, que concedió a los duques de Sajonia la prerrogativa electoral, en la Dieta Imperial, de elegir con su voto a los emperadores, y de esa forma acceder a cuanto privilegio le fuera dado conceder a quien ostentaba en todos los órdenes la máxima autoridad en aquellos territorios, y a sus grandes electores reclamarlos como derecho. Igual que ahora ocurre por estos, en los cuales una elección conlleva compromisos impuestos por el Gran Elector, léase barón electoral, al mandatario elegido con su clientela en pueblos, ciudades, villorrios y metrópolis de la exuberante geografía que los conforman. Y así, es como venimos a saber de los poderes absolutos del Gran Elector de Sajonia, del de Brandeburgo, y de otros tantos mandos lo suficientemente poderosos para imponer su voluntad a quien testaban con la sacra corona imperial y por ahí, derivar derechos y privilegios de innombrable cuantía. Parecido a cuanto acontece por estos territorios de la República de Colombia y sus divisiones políticas, administrativas y electorales, en las cuales predomina la dieta clientelista que detenta el privilegio de elegir a cambio de…; gabelas de todas las cuantías, ministerios, contratos, notarías, chances, etc. Cuando se promulgó la Bula de Oro de 1356, una de las razones que tuvo Carlos IV para esa crucial decisión fue la de restarle al papa poder en la elección del emperador, algo así como alejar a Dios de los tejemanejes del poder imperial, tan terrenal y material, que encomendarlo y compartirlo con los cielos ignotos no era garantía de su ejercicio y control absoluto y absorbente por parte del soberano. En tanto por aquellas calendas el Gran Elector eran los príncipes, monarcas, condes y duques, hoy, por estos trópicos del ruido, la bulla y la precariedad ciudadana, quien ostenta tal condición en grado superlativo es Dios. De ahí, que no haya elección en Colombia en la cual el elegido no proclame que su designación como senador, representante, diputado, concejal o edil, se la debe a Dios y solo a Dios. O, como recientemente le dijo un senador a la Corte Suprema de Justicia, que lo juzga por parapolítica: “Los votos se los debo a una cadena de oración…; eso jalonó bastante”. No obstante, todo cuanto sucede en ese orden nos permite colegir que cada vez es más recurrente la tendencia de Dios a equivocarse con sus ungidos para las corporaciones y altos cargos públicos; que su capacidad para discernir ha sido vulnerada y sus veedores éticos corrompidos por el poder de las mafias que ahora lo han convertido en el Gran Elector. Eso sí, sin permitirle la mínima injerencia y control en el hacer de lo público botín de la irrefrenable codicia y desmedido poder de profanación y corrupción de sus investidos. *Poeta elversionista@yahoo.es

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