El ejercicio de la diplomacia tiene entre otros propósitos fomentar las relaciones amistosas entre los pueblos, obtener informaciones fidedignas por parte de los gobiernos y reducir fricciones entre Estados soberanos. Gracias a protocolos concertados en el manejo de las relaciones, se logra evitar, aplacar o terminar conflictos internacionales. Las habilidades diplomáticas no se adquieren de un día para otro; se desarrollan y consolidan con el tiempo, razón por la cual la mayoría de diplomáticos de verdad son de carrera, que se sostienen en sus cargos independientemente de los periodos o tendencias de los gobiernos y orientan en esas lides a los recién llegados al poder. Algunos líderes desprecian los cauces diplomáticos en las relaciones internacionales, los desbordan de manera sutil o directa y ante el surgimiento de dificultades incitan a sus pueblos a caer en estados de exacerbación nacionalista, para pretender imponer “verdades de una sola cara”. Ocurre en diferentes partes del mundo y particularmente entre Venezuela y Colombia, cuyas relaciones han sufrido en los últimos años el mayor deterioro de su historia, por cuenta de dos líderes opuestos, pero de comportamiento similar. Los presidentes Álvaro Uribe Vélez y Hugo Chávez Frías, orientados por sus ideologías respectivas, intereses o padecimientos, desistieron de la diplomacia para el manejo de las relaciones binacionales y se acusan mutuamente de propiciar la ruptura con la sensatez. Chávez rompió el protocolo internacional rígido, al principio con algunas informalidades y excentricidades inofensivas y luego con una verborrea galopante de agravios para atacar o defenderse, en actitud nunca antes contemplada como acción formal de Estado. Sin caer en la “chabacanería” de su homologo, Uribe no ha sido menos agresivo. Basta recordar que sin decir una sola grosería, ignoró deliberadamente todo lo avanzado en soberanía y bombardeó a Ecuador, para luego dar disculpas públicas, pero sin arrepentirse de la acción. A pesar de cuestionar la “diplomacia de micrófonos” de su vecino venezolano, el mandatario saliente mostró nuevamente su gran habilidad en su manejo, propiciando un nuevo roce internacional que algunos evalúan como una estrategia política interna para advertir sus fortalezas en condición de ex presidente. Se podría pensar que con el reporte mediático sobre la guerrilla en Venezuela, Uribe “le habló a Bolívar para que escuche Santander”. Ante los intereses evidentes en juego, conviene a los ciudadanos de Colombia y Venezuela ser reflexivos para no caer en las trampas del caudillismo binacional, cuyos líderes máximos parecen haber cursado juntos estudios de diplomacia en la Caterpillar. Uno en los talleres de maquinaria rudimentaria y otro en los de tecnología digital, complementados con cursos de glamur de cantina y etiqueta de arrabal. Quiera la Providencia que se retomen pronto los senderos de la cordura, que se le conceda a la diplomacia su lugar y que las relaciones entre los pueblos hermanos superen el episodio grotesco de gobernantes que “diplomáticamente” se muestran mutuamente los dientes y se baten agresivamente la lengua, supuestamente amparados en ideales bolivarianos nobles. *Trabajador Social y Periodista, docente universitario, asesor en comunicaciones. germandanilo@hotmail.com
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