A lo mejor tengo escasa experiencia y ninguna autoridad para referirme al mundo de los hijos y de los padres. Pertenezco a un contingente de la vida que se entregó a la ilusión de cambiar todo aquello que fuera semilla de la infelicidad humana. En ese forraje estaban las estructuras de los vínculos familiares y la cultura opresiva que imponían. En la zona de devastación de formas, sin poder vivir las sustitutas, muchos quedamos con una sensación de despojo pero también de ánimo dispuesto para posibles aventuras de renovación. Así pude sentir la otra noche en qué consistía el sentimiento de privilegio de ver crecer en los demás cercanos algo que pensábamos sepultado. Un hacer que sin negar las consanguinidades, estaba más allá y generaba en quienes participaban de ellas un estado de complacencia crítica legítima. Surgía allí un sentido de esperanza poderosa. Esa noche Hernán Darío Correa había convocado a unos amigos para que escucharan las composiciones recientes de Daniel Correa Ulloa, su hijo menor. En esa permanente búsqueda del presente, tan disminuido por el vértigo del crimen y la vulgaridad, uno establece las conexiones, las señas que demarcan el espacio de encuentro. Hacía años había visto las indagaciones y experimentos de Daniel Correa con las gaitas de millo. Él había examinado con interés y respeto una música que parecía destinada a desaparecer en la indiferencia pertinaz con que celebramos el desconocimiento de nosotros y de cuanto nos implica. Para abrirle horizontes a sus estudios se fue a Barcelona y Nueva York. Produjo un disco, Cuando Ovejas. No me pasa desapercibido el delicado rigor con el cual los jóvenes creadores se acercan a desembrujar la despreciada realidad colombiana. Sin prejuicios, sin modelos, toman los riesgos de esa medusa inmemorial. De una manera curiosa: logran devolverle su estatuto de realidad. En esta sesión Daniel escarbaba su alma, ese paisaje de virtud y maldad donde la vida guarda huellas. Con los nuevos compañeros de grupo probaba instrumentos y una voz entre el desdeño y el desgarro servía para moldear la inspiración del dolor, la ironía y lo que sin duda vendrá. ¿Qué vendrá? La formación de los muchachos músicos, hoy, muestra elementos de notable fecundidad. Se aplican a aprovechar lo que ofrece la academia, establecen contacto personal con los viejos maestros empíricos haciéndose merecedores de secretos, y al apropiarse de una tradición compleja la devuelven enriquecida. Esta cantidad de recursos los prepara para la expresión personal. Quienes escuchamos a Correa Ulloa percibimos cómo los motivos de la vida que la poesía ha revelado se liberan del lamento y adquieren un audaz tono de reclamo y verdad que dan cuenta de una sentimentalidad exigente. Sin mayores aspavientos se está poblando de notas un espacio abandonado por el callarse y que poco a poco recupera una continuidad, desenterrando orígenes, y abriendo un curso que ayuda a configurar las expresiones del presente. *Escritor rburgosc@postofficecowboys.com
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