Columna


Ejemplo para seguir

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

15 de junio de 2009 12:00 AM

VICENTE MARTÍNEZ EMILIANI

15 de junio de 2009 12:00 AM

Como he afirmado en repetidas ocasiones: la autoridad no es sólo para ostentarla sino para ejercerla. Y con la voluntad inquebrantable de imponerla. Es decir, de hacerla respetar. Lo que no equivale, de ninguna manera, a actuar con arbitrariedad o prepotencia. El orden tiene que ser garantizado por el Gobierno así como la planificación del desarrollo y la defensa de los derechos de la mayoría, muchas veces burlados por la intemperancia o el abuso de minorías que frescamente reclaman lo que presentan como justa retribución de su trabajo y de su esfuerzo. En muchas ciudades de Colombia la autoridad se fue de asuetos desde la elección popular de los alcaldes. En ellas han primado el capricho y el desorden durante varios años. Bogotá se puso a la cabeza del desbarajuste. Se convirtió en una urbe hostil y anarquizada, donde se violaban reglas y se pisoteaban las normas establecidas. Pero, hace doce años, tuvo la suerte de encontrar la ruta de la rectificación, con Enrique Peñalosa, quien llegó a la jefatura de la administración con claros conceptos de organización. Se lanzó como candidato dispuesto a salvar la ciudad, corriendo todos los riesgos. Y, desde el primer instante de su mandato, inició la reconstrucción del Distrito desordenado, peligroso y mugriento. Luchó contra todos. Se enfrentó a sus pares sociales y económicos, privándolos de sus privilegios en aras del bien común. No dudó en rescatar el espacio público en la sofisticada zona norte, residencia y escenario de los más influyentes capitales. Y, simultáneamente, despejó las aceras y el muladar inmundo de San Victorino, especie de versión cachaca de La Matuna en Cartagena y de nuestro mercado de Bazurto. De allí desalojó a miles de comerciantes informales a quienes trasladó en medio de una colérica protesta y surgieron las amenazas desde los cuatro puntos cardinales. Los partidos y los sin partidos, los ricos y los pobres, los poderosos y los mendigos, maldijeron su gestión. Injustas reacciones contra el ejercicio necesario de la auténtica autoridad, que, por fortuna, se impuso a la larga. Peñalosa no cejó en su empeño. Sabía bien que “para hacer tortillas hay que romper los huevos”. Y, contra la frenética oposición de las mayorías, impuso un modelo de ciudad, conquistando, con perseverancia e inteligencia, el respeto y la admiración de su pueblo que lo presentó como modelo de gobernante. La gente entendió, ante la elocuencia de los hechos, que no son ni su capricho ni sus intereses personales los que pueden primar en el manejo de la cosa pública. A la sociedad hay que imponerle, aún contra su voluntad, las obras de saneamiento y desarrollo. El ejemplo de Bogotá es el que tenemos que seguir. Para enderezar las cosas e imponer el orden hay que coger el toro por los cachos. No hay otra salida. Y, de antemano, los gobernantes, de distintos partidos y pelambres, pueden contar con el apoyo entusiasta y decidido de las mayorías ciudadanas, hastiadas de fracasos y de abusos. Que la gestión administrativa empiece desde ahora entre nosotros. Cartagena no resiste más desorden en el espacio público. Es preciso, como dije, imponer la autoridad que no debe limitarse a simples declaraciones periodísticas y televisivas de quienes ejercen el poder por elección popular o verdes uniformes policiales.

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