Columna


El carnaval de hoy

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

14 de marzo de 2010 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

14 de marzo de 2010 12:00 AM

Nada extraordinario se espera que ocurra hoy en Colombia. Se repetirá, al contrario, empeorada por la degradación, una triste historia de clientelismo y agravios a la voluntad popular. Otra farsa cuantiosa en la que ganarán los que más plata gasten para hacerse elegir senadores y representantes. Plata de origen turbio, en la mayoría de los casos, u obtenida del engrase de la máquina oficial a través de contratos y dádivas generosas del poderoso que gira. No hay, pues, debate de ideas ni acción de partidos fuertes en el mercado electoral. Todo se reducirá a un forcejeo por sacar unas curules que permitan obtener con ellas cuotas de poder y negocios jugosos, pues somos una democracia en crisis guiada por jefes y seguidores que no se interesan por reinventarla en busca de soluciones, a pesar de que lo que tenemos por delante son síntomas preocupantes de una cultura política de resignación, conformismo e impotencia. Entre nosotros, por eso, el convencimiento de que con unos mecanismos de participación se fortalecerá el sistema democrático no cabe en ninguna mente. Y no cabe porque la nuestra es una participación viciada que le resta legitimidad a los valores superiores de nuestra organización política. Las libertades y los derechos, tal como andamos, han quedado sin contenido: con hueso y pellejo, pero sin sangre. Vivos en la forma y muertos en el fondo. Todo lo que nos sucede –el desgreño administrativo, los cohechos, los peculados y los muertos por toneladas– es producto del caos político causado por un Gobierno que soborna y un Congreso que se deja sobornar. Las cámaras, en Colombia, no controlan al Ejecutivo: se le someten. Que la oposición hace debates, sí. Pero las mayorías compradas con nómina y réditos los dejan sin efecto. No contamos, entonces, con la separación de poderes del régimen presidencial, sino con la superposición del presidente sobre los legisladores. El desequilibrio anterior es lo que ha dispersado la militancia de los partidos tradicionales y aupado la proliferación de los partidos coyunturales, esos clubes de acuerdos accidentales que legislan a discreción del interés individual de un jefe de Estado o de los intereses sectoriales del gran capital. Tenemos, en consecuencia, una sociedad que cambia y crece en desorden, y unos partidos oxidados por una venalidad que minó sus estructuras y los desplazó como cauces de opinión. Los desfalcos en la salud, la falta de calidad en la educación, la cuantía del déficit fiscal, los privilegios que soportan la confianza inversionista y la dimensión de una marginalidad apaciguada con subsidios, son las cinco fuentes de una indolencia gubernamental que no suscitará, tampoco, la atención del Congreso que se elegirá hoy. Si hasta el momento no hemos sufrido una rebelión del hambre, es porque quienes la padecen se contentan con los señuelos de un populismo que desprecia las prioridades que a los pueblos les otorgan la cultura y la razón. El de este domingo será otro carnaval de vergüenza, fruto de un derroche que pasa cuentas para triplicar los montos que se aportan. Con razón decía Burdeau que si el poder llegare a tener dueños clandestinos podrían, igual que un monarca o una oligarquía, hacer de sus palancas unos potros de opresión. ¡Oh “democracia”...! *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es

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