Columna


El caso Frei

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

13 de diciembre de 2009 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

13 de diciembre de 2009 12:00 AM

Desde el mismo momento en que murió el ex presidente Eduardo Frei Montalva se regó el rumor de que había sido asesinado. Acababan de operarlo de una hernia inguinal y su demora en la clínica despertó las primeras sospechas. El cuento de la infección bacteriana que le produjo la peritonitis no caló, ni se le dio crédito al dictamen de los dos patólogos de renombre que le practicaron la autopsia. Quienes urdieron el crimen lo hicieron bien. A Frei, un estadista sosegado y serio, no lo podían matar con una bomba en una calle de Santiago, ni atravesándole una tractomula en la carretera a Viña del Mar. Había que eliminarlo de otra manera, con un procedimiento más ajustado a su respetabilidad y su prestigio. Pero había que hacerlo porque estaba dando pasos de opositor al régimen de Pinochet, aunque sin estridencias ni algarabías. El otro hecho que tapaba a la perfección los móviles del atentado fue el escogimiento de los autores materiales: un ex viceministro de Salud de la víctima, el médico Silva Garín, su cirujano, y el secretario privado del ex mandatario, Luis Becerra, a quien los servicios secretos enrolaron con halagos convincentes. ¿Quién podía imaginar dos traiciones tan repugnantes? Nuestra prensa informó la posibilidad de aquella trágica conjura en varias ocasiones. El ex presidente había dejado entre los colombianos, con su elocuente e improvisado discurso del 8 de agosto de 1966, a raíz de la formalización del Grupo Andino, una sensación de superioridad que lo destacaba sobre la mayoría de sus colegas latinoamericanos. De modo que para Colombia el hijo del contador suizo de un viñedo que emprendió una Revolución en Libertad en su país era una figura admirable. Ahora que se comprobó el asesinato de Frei por envenenamiento gradual, y que se ordenó la detención de seis de los responsables de su muerte, salió a flote otra de las monstruosidades de Pinochet. Más doloroso para el hijo de Frei –como persona, no como candidato–, por haber aceptado, de presidente, pretensiones del general porque temía, justamente, destapes como el que el juez Alejandro Madrid hizo a pocos días de las elecciones de hoy. Dicho destape se esperaba desde el año 2004, época en la que ya había evidencias del magnicidio, pero los chilenos todavía reprimían su voluntad de llegar hasta la verdad total, pues los nostálgicos de las cadenas de Pinochet aún salían a las calles a protestar contra las decisiones de la justicia internacional y a intimidar a los magistrados y jueces nacionales que adelantaban investigaciones contra el dictador. Así salió la dictadura chilena de uno de los estadistas más afamados del Chile democrático, modelo de integridad institucional y continuidad política. La mentalidad cavernaria y torpe del militarismo represivo que surgió en aquel otro 11 de septiembre fatídico, no podía permitir que un demócrata de las calidades de Frei el grande lo cuestionara con verdades que la censura escondía creyendo que podía adulterar la historia. La infección bacteriana estaba en otro órgano de otro sujeto: en el cerebro alienado de un matón que deshonró las insignias de su ejército, mientras pregonaba, con el rostro imperioso y la conciencia en penumbras, que Dios lo había instalado en el Palacio de la Moneda para exterminar al demonio comunista. *Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es

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