Columna


El coletazo

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

02 de mayo de 2010 12:00 AM

CARLOS VILLALBA BUSTILLO

02 de mayo de 2010 12:00 AM

Cierta reina de Inglaterra le dijo a su primer ministro que “la política es una industria de basura”. Pero también puede ser, según la apostilla del cardenal español Herrera, “la emoción de hacer el bien”. Uribe, de candidato entre 2001 y 2002, usó el señuelo seductor de acabar “con la corrupción y la politiquería”, y la bandera franca de combatir la guerrilla con una política de seguridad democrática. Bastó que le calentaran la oreja con la reelección, y que se le revolviera la libido de poder, para comprar, con el medio circulante de la politiquería, el articulito que le dio otros cuatro años de presidencia. Hizo yunta con el Congreso y embriagó a la opinión con sus golpes certeros a la subversión. Sin embargo, fulminado el referendo y parada en seco la alucinación de un destino providencial, el país se quitó la venda de los ojos, advirtió que tuvimos ocho años de “industria de basura” (no es necesario recordar los endriagos conocidos) y sacó de su cáscara un fenómeno electoral concomitante con “la emoción de hacer el bien”: el Partido Verde. Antanas Mockus es su símbolo y su candidato a la Presidencia de la República. Que no le será fácil romper el cerco, lo sabemos. Ya cayó en la primera trampa. Con una pregunta basada en una hipótesis, costumbre inveterada de muchos reporteros, metió un poco la babucha a pesar de defender la ley: dijo que si la Constitución colombiana lo obligara, extraditaría al presidente Uribe cuando un tribunal ecuatoriano lo solicitara por el bombardeo al campamento de Raúl Reyes. Tergiversado lo que dijo, ahora el bombardeo es contra él, y lo inició su propio contrincante en el debate del martes. Todo un papayazo. Su error podría pesar más que el programa y los valores que inspiran su presencia en el debate presidencial. De obtener la medalla de oro, Mockus habrá de vérselas con un Congreso de raposas incrustado en el aparato productivo de “la industria de basura”. Pero así como nuestra sociedad se saturó en 2002 de la barbarie guerrillera, su fastidio apunta ahora hacia esa macrorrueda de negocios con el Estado que es el Capitolio Nacional. Después del Ocho Mil y de la parapolítica, puede soplar otro ventarrón punitivo con el destape de otras ollas rebosadas de clientelismo, y a un presidente elegido por la opinión y no por una maquinaria le sobraría respaldo si el coraje la da para intentarlo, en caso de que no se legisle a la espera de los cambalaches. Para estropearle la medalla de oro a Mockus, los conservadores y Cambio Radical se trenzarán con Santos, en una eventual segunda vuelta, para preservar el bastimento que tienen en la despensa del uribismo. Unos y otros desconfían de la lealtad de Juan Manuel, pero lo prefieren a que se debilite la coyunda insaciable de oligarcas y manzanillos. Es decir, la “industria de basura” de nuestra clase dirigente. De todos formas, alivia que el ejercicio cabal de los deberes democráticos nos brinde la probabilidad de revivir el poder decisorio del pueblo –para lo cual tiene sólo un día cada cuatro años–, a fin de que su veredicto premie “la emoción de hacer el bien” y castigue “la industria de basura” que falsea la voluntad mayoritaria de la nación. Es a lo que aspiran los sectores de un país moderno y civilizado cuando el voto consciente por un mandatario limpio no depende del voto-mercancía que elige congresos espurios. Columnista y profesor universitario carvibus@yahoo.es

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