Columna


El derrumbe de un muro infame

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

08 de noviembre de 2009 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

08 de noviembre de 2009 12:00 AM

Hace 20 años, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín, cuyo estrepitoso derrumbe produjo una reacción en cadena mediante la cual se desplomaron los regímenes comunistas de Europa Oriental. Berlín, tras la caída del régimen nazi, en 1945, se la repartieron los rusos, gringos, franceses e ingleses. En 1948, los sectores occidentales se convirtieron en Berlín Oeste, encuadrado en la República Federal de Alemania (RFA), capitalista, y, el sector ruso, Berlín Este, quedó en la República Democrática Alemana (RDA). El muro fue construido en 1961, para evitar el éxodo de la gente desde la empobrecida RDA hacia la prospera RFA y se convirtió en un símbolo de la Guerra Fría. Su demolición fue el resultado de cosas que ya venían cocinándose de tiempo atrás. En 1983, Ronald Reagan quiso acabar con el empate estratégico entre la URSS y Estados Unidos e intentó implementar la llamada Guerra de las Galaxias, le dio manos libres a la CIA para tumbar gobiernos comunistas hostiles, ordenó instalar misiles dirigidos hacia Moscú y apoyó al sindicato “Solidaridad”, que dirigía Lech Walesa en Polonia Estas maniobras tomaron a los soviéticos en una mala época, ya que estaban padeciendo dificultades económicas y políticas, al punto que Mijail Gorvachov implementó, en 1985, la Perestroika y el Glasnost, mediante las cuales intentó reformar y democratizar la URSS, con las resultas de que se liberaron miles de presos políticos, hubo libertad de prensa, se instauró el multipartidismo y se renunció a la tutela de Moscú y al subsidio que se les daba a los países comunistas de Europa Oriental. Esto sirvió para que surgieran muchos movimientos de oposición a los regímenes totalitarios que imperaban en estos países. Los primeros logros de estos movimientos fueron obtener que hubiera sindicatos, libertad de expresión, pluripartidismo y elecciones libres en Polonia y Hungría. Más tarde Hungría abrió sus fronteras con Austria, lo que motivó que miles de alemanes orientales pidieran asilo político en la embajada de Hungría en Berlín Oriental, para, a través de este país, llegar a Austria y después a Alemania Occidental. El éxodo masivo, que era un escándalo político y el testimonio de que el régimen de la RDA era un fracaso, sólo concluyó el 9 de noviembre, cuando la RDA, autorizó la libertad de sus habitantes para viajar al extranjero. En ese instante miles de alemanes se congregaron a ambos lados del muro y lo tumbaron, mientras tomaban champaña y bailaban de alegría. Con este acto también se derrumbó la utopía política del “socialismo real”. La crueldad del régimen que imperaba en la RDA se corroboró cuando se abrió el siniestro historial de Hohenschönhausen, la penitenciaría de la policía política, en el cual se encontraron miles de archivos con las historias de gente torturada por delitos de opinión. La caída del muro produjo júbilo en el mundo occidental. Francis Fukuyama publicó un libro ingenuo, “El fin de la historia”, que decía que la historia humana en cuanto a confrontación ideológica había concluido, con un mundo final estructurado en torno a la democracia. Varios hechos recientes en América Latina están probando lo contrario, pero ese es otro tema. *Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena. menrodster@gmail.com

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