Columna


El mito de la vida eterna

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

18 de julio de 2010 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

18 de julio de 2010 12:00 AM

Recientemente se publicó en El Universal la noticia de que la empresa rusa KrioRus, ofrece congelar los cerebros de las personas después de muertas y mantenerlos así hasta que en el futuro una nueva tecnología permita regresarlas a la vida. Uno los primeros clientes será Innokenti Osadchi, un banquero, quien dijo para justificar su deseo que quería vivir eternamente. La búsqueda de la fuente de la vida eterna ha sido una obsesión de los humanos a través de la historia. Herodoto creyó que estaba en la África actual y por eso afirmó que los etíopes vivían más de 120 años porque se bañaban en una fuente de la cual “salían relucientes, como si fuese de aceite, y que exhalaba aroma como de violetas” (Los nueve libros de historia. Herodoto. Pág. 166. ED Jackson). Juan Ponce de León buscó sin éxito la fuente de la eterna juventud en el hoy estado de la Florida y lo único que se encontró fue un flechazo mortal. Su final fue descrito por Eduardo Galeano en Memorias del Fuego, Tomo I (Pág. 84), así: “Quienes los cargan, comprueban sin asombro, que aquí ha tenido lugar una nueva derrota en la continua pelea de los siempres contra los jamases”. Los portentosos avances en biología ocurridos en el siglo XXI, han creado la idea de que la ciencia no tiene límites y puede lograr incluso la vida eterna. Tal vez por eso se ha desatado la búsqueda frenética, mediante ingeniería genética o de congelación, de mecanismos que logren la quimera de la inmortalidad. Los experimentos con cámaras criogénicas intentan supuestamente preservar el cerebro y/o el cuerpo, para que se pueda resucitar al individuo dentro de algunos años cuando la ciencia esté más avanzada y el sujeto al cual le hayan congelado el encéfalo, pueda ser despertado y tal vez sea encarnado en un cuerpo nuevo creado por ingeniería genética, que viviría eternamente gracias al desarrollo científico que habría en ese momento. Este experimento, que tiene un tufillo a fraude, es una versión siglo XXI de la leyenda medieval de Ashavero, el “Judío Errante”, quien estaba condenado a la inmortalidad. Rubén Darío, en su relato “Las razones de Ashavero”, hace que este personaje afirme: “He vivido tanto que mi experiencia es mayor que el caudal del agua del océano. Así también es amarga”. Patético, pero, según la leyenda, cuando Ashavero cumplió 15 siglos, anhelaba morir, ya que sentía un aburrimiento infinito en razón de que había vivido todas las heterogéneas sucesiones de actos, omisiones y tentativas, que conforman la vida humana y había perdido la capacidad de asombro, tras lo cual se sumió en un estado de gran indiferencia, fruto del fastidio. Esta leyenda intenta señalar que la vida eterna en este mundo es un castigo, ya que después de cierto tiempo, el solo hecho de saber que no tendrá final se convierte en una carga pesada, porque la certidumbre de la muerte es lo que le da sentido a la existencia y la conciencia de su finitud es la que hace que se disfrute la vida. En fin, los procedimientos que prometen perpetuar la vida cerebral prolongando artificiosamente este órgano, mediante criogenia, llevan inmersos la semilla de la insensatez y contradicen uno de los principios básicos de la naturaleza, que dice que todo lo que nace muere. *Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena. menrodster@gmail.com

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