Columna


El pastorcito verdadero

JAIME ALBERTO RESTREPO CARVAJAL

20 de diciembre de 2009 12:00 AM

JAIME ALBERTO RESTREPO CARVAJAL

20 de diciembre de 2009 12:00 AM

Hace 30 años se creó Corpocentros para administrar el Centro de Convenciones de Cartagena de Indias (CCCI) o Julio César Turbay; el de Paipa (Boyacá); y el Gonzalo Jiménez de Quesada (Bogotá). La cercanía de estos últimos a la capital justificaba centralizar allá este ente burocrático y político, hoy adscrito a Fiducóldex. Corpocentros vendió el de Paipa y un año atrás el de Bogotá pero, contra toda racionalidad empresarial, maneja al CCCI desde una silla mullida en la capital sin percatarse de los lobos que amenazan su competitividad. A Cartagena podría pasarle lo del pastorcito mentiroso, pero aquí los gritos de alarma son verdaderos. El CCCI es un activo estratégico clave por su infraestructura, capacidad (4.000 personas) y sitio insuperable. Tuvo una primera cuando el Centro de Convenciones del Hotel Hilton se amplió a 1.500 personas, y la segunda con la ampliación del recinto de Las Américas a 2.000 personas, anunciada la semana pasada. Pero los lobos más peligrosos son los nuevos centros de convenciones en Bogotá, Medellín, Eje Cafetero y Cali, que le quitan cada vez más eventos a Cartagena. La estrategia del pastorcito para proteger el rebaño del turismo receptivo debe ser reducir los costos altísimos en la cadena de este nicho, que poco compite con los destinos mencionados: los eventos vienen a Cartagena por el encanto de la ciudad, no por las tarifas ni sus playas caóticas. Quienes han visto los balances del CCCI afirman que es inviable con el impuesto predial actual, ni tendría recursos para el plan de inversiones que asegure la estrategia mencionada. Fue un exceso que el CCCI pidiera la exoneración total del predial, pero merecía una tasa justa y permanente de parte del Concejo. Una vez más quedó claro que la competitividad de la ciudad no es su prioridad (confesaron que era el control político). El CCCI pagaría $1.040 millones anuales de predial gracias a la tasa “módica” del 16 x mil sobre $65.000 millones (avalúo actual), mientras el de Paipa y Bogotá pagan respectivamente 6 y 6,5 x mil (sobre avalúos muy inferiores); y los hoteles en Cartagena, 5,5 x mil. Una salida razonable para revitalizar el CCCI sería delegar su operación a un privado o venderlo, como hizo Fiducoldex con el Gonzalo Jiménez de Quesada en 2008 por $21.000 millones. Como el Gobierno no es un administrador eficaz y los privados suelen abusar si les dan “papaya” para comprarlos u operarlos en concesión, es imprescindible que tal PRIVATIZACIÓN sea mediante una licitación abierta y trasparente. Esto tranquilizaría a los cartageneros, prevenidos (a veces con razón) cada vez que se menciona esa palabreja, así sea tan mal usada como en el caso del “reordenamiento” de las playas, urgente e inaplazable. Las potencialidades del CCCI están cantadas: debe seguir su modernización y explotar su frente de agua espectacular con otros servicios turísticos (cafeterías, restaurantes, parqueaderos adecuados) o la Marina de clase mundial tan comentada últimamente (no es buena señal que casi nadie sepa de qué se trata). Debe decidirse pronto sobre el CCCI para no vivir el desenlace de aquel cuento cuando nadie acudió a auxiliar al rebaño: los lobos se almorzaron las ovejas y al parecer hasta al mismo pastorcito. Y ahí sí, colorín colorado... *Ing. Civil y MBA, Directivo Empresarial restrepojaimea@gmail.com

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