Columna


El poder de la inspiración

NADIA CELIS SALGADO

17 de mayo de 2010 12:00 AM

NADIA CELIS SALGADO

17 de mayo de 2010 12:00 AM

En Invicto se cuenta la singular estrategia de Nelson Mandela durante el mundial de Rugby del 2005. Rechazando el legado de odio del apartheid, el presidente optó por promover un deporte del imperio, convencido de que si obtenía el apoyo de todos los sudafricanos al equipo nacional, su triunfo sería el mejor símbolo del país unido que se proponía crear. Para lograrlo se alió con el capitán del equipo, con quien compartió el poema que lo sostuvo en pie durante 27 años de prisión: “Invicto” de William Heanley. Así desató Mandela la ola de inspiración que llevó a jugadores y ciudadanos, negros y blancos, a creer, y materializar, lo imposible. ¿Cómo liberar la mente de la tiranía del pasado y abrir la imaginación, y la acción, al espacio inconcluso de lo posible? Parece pregunta para filósofo pero es, en realidad, la que debe hacerse un verdadero líder: ¿Cómo inspirar en millones de personas las ideas que motiven su transformación individual y colectiva? Porque alguien inspirado, nos recuerda Mandela, puede más allá de lo posible. Es más común ver a nuestros líderes preguntarse otras cosas: ¿Cómo sostener su poder? ¿Cómo ganar cómplices, mantenerlos contentos o forzar su lealtad? ¿Cómo manipular los miedos y las esperanzas de la gente para que crean en sus patrañas? o, a la manera de una de las actuales campañas presidenciales: ¿Cómo descalificar a sus oponentes para no dejarnos otra opción que votar por el menos malo? Cómo inspirar, sí, pero miedo, rechazo, odio. En nuestros tiempos, se contratan profesionales en este tipo de inspiración (o conspiración). A esta última, que apela al lado más oscuro de los humanos, debemos episodios inefables como la trata esclavista o el holocausto, o tan vergonzosos como, guardadas las proporciones, el de los “falsos positivos”. Cada ser humano lleva dentro la semilla de todo el bien y todo el mal posible. Por eso es privilegiado aquel que encuentra quien crea en su bondad, y tan difícil para quienes crecen con el estigma de un fracaso anticipado –con base en su raza, género, nacionalidad o pocos recursos- alcanzar la medida de sus posibilidades. Pero aún si se te ha hecho creer que tu única manera de sobrevivir es la deshonestidad y el ataque a los otros antes que el mérito propio, tengas 15 o 60 años, siempre es posible que alguien ilumine la fe en ti mismo y en los demás. En los últimos meses he visto millones de personas inspiradas en mi país. Poco antes no lo habría imaginado en las más optimistas de mis fantasías. Me tiene sin cuidado que para ello se use el deporte, como hizo Mandela, el Facebook, el verde o hasta un trasero erigido al aire, con tal que no sean las armas ni las mentiras, yo quiero ver a mi gente movida a crear y vivir de otra manera. No se me ocurre mejor fórmula para una transformación de fondo, libre de la servidumbre a la tradición política y sus falsas promesas de cambio, que nos han costado tantos recursos, vidas y hasta la esperanza de ser mejores. Inspirada por esa imparable fuerza transformadora, empiezo a degustar las promesas de la Colombia nueva, y a preparar el vocabulario para hablar de ella: equidad, honradez, justicia, participación ciudadana, responsabilidad mutua, educación, respeto por los otros y por el medio ambiente, diálogo, imaginación, invención, sanación, reconciliación…; futuro. *Profesora e investigadora nadia.celis@gmail.com

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