Columna


El poder eternizado

LIDIA CORCIONE CRESCINI

09 de febrero de 2010 12:00 AM

LIDIA CORCIONE CRESCINI

09 de febrero de 2010 12:00 AM

Eternizar el poder conlleva a la dictadura y es la preocupación de todos los colombianos en estos momentos (tercer período). Entonces llega a mí una reflexión sobre la secularización o eterización: ¿acaso en nuestro país ya no está eternizado el poder en los grados de consanguinidad? Si no es el padre quien se candidatiza por X o Y circunstancia, es el hijo, la hija, el tío, el primo, continuando el monopolio y poder absoluto. La historia nos ha demostrado una y otra vez que son los mismos con las mismas los que logran alcanzar los fueros para gobernar. Se asemeja a una sociedad adiestrada bajo las creencias de que “la antigüedad” en el oficio es garantía para lanzarnos a las urnas a votar por los de siempre. Este país necesita representantes de ideas exentas de vicios, comprometidos, vencedores a favor de una ciudadanía que queda aturdida ante tantas cosas y casos inverosímiles, irrespetuosos, brutales, que atentan contra la fe, moral, salud, vivienda, educación e integridad de sus habitantes. No puedo omitir en esta reflexión a El Príncipe, dedicado a Lorenzo de Medicis (1492-1519, duque de Urbino). Con la esperanza de recuperar la confianza perdida, Maquiavelo quiere presentar en su obra el arquetipo de cualquier político. Su personalidad debe poseer condiciones especiales para llegar al poder y mantenerse en él: capacidad de manipular situaciones, ayudándose de cuantos medios precise mientras consiga sus fines. Lo que vale es el resultado. "El que consigue el poder es el Príncipe, el que consigue el orden y la paz son los súbditos". El gobernante debe poseer destreza, intuición y tesón, así como habilidad para sortear obstáculos, y "moverse según soplan los vientos". Diestro en el engaño: no debe tener virtudes, solo aparentarlas. Amoral, la indiferencia entre el bien y el mal debe estar por encima de todo. Un alumno de 17 años me preguntaba hace algunos días por qué no estudiaban bien las hojas de vida de los que se candidatizaban para ser elegidos, y además complementó su inquietud diciéndome que debería existir una carrera en las universidades en donde se trabajara el pensamiento político, cualquiera que este fuera, a través de la ética. Me quedé pensando y a la primera inquietud le contesté: no es la hoja de vida, ya que en esa hoja de vida aparecen diplomados, especializaciones, doctorados, con una experiencia laboral pulcra y transparente. Pero una vez con la sartén por el mango toda esa lista interminable de laureas queda sepultada y aparece el hombre ambicioso negado a la corriente utilitarista, ejecutando acciones favorables en su respectivo orden: primero él, segundo sus afectos y compromisos políticos por aquello del voto, y por último, si es que da tiempo, la ciudadanía. En el segundo interrogante me quedé pensando. Llegué a creer que por esto de la tecnología y el facilismo, los jóvenes de hoy querían vivir aislados, ya que poco les importa comprometerse con la política, pero siento en el ambiente donde me desenvuelvo que la mayoría tiene claridad sobre la voluntad, autonomía y libre albedrío para tomar sus propias decisiones, y que no quieren dejarse engatusar por nadie. Sigamos apoyando a los jóvenes en un criterio estructurado, libre de yugos tradicionales y consanguíneos. *Abogada, escritora y docente en Filosofía CBC. licorcione@gmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS