Columna


El retorno a la frugalidad

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

15 de noviembre de 2009 12:00 AM

CARLOS GUSTAVO MÉNDEZ

15 de noviembre de 2009 12:00 AM

La parte positiva de la crisis económica mundial es que por fin los consumidores del llamado Primer Mundo: Estados Unidos, Europa y Japón, han disminuido el despilfarro de energía y los gastos superfluos que, según los entendidos, son unas de las causas del calentamiento global. La cultura del despilfarro que ha llevado a la civilización al borde de la catástrofe ambiental, es fruto, en gran parte de la acción perversa de la televisión, que bombardea la mente de la gente con escenas de derroche y ostentación y con publicidad en donde le inculcan a la gente (aún a la del Tercer Mundo) que quien no compra vehículos costosos y otras carajadas, no vale nada. Esta publicidad compulsiva es uno de los motores del enorme incremento de la delincuencia y de la prostitución por estos lares, ya que hasta a los tugurios llegan estos mensajes publicitarios. Por eso se está predicando el retorno a la frugalidad, lo cual está obligando a muchas empresas a revisar sus estrategias de mercadeo y adaptarse a un entorno sobrio (El Tiempo, 10 de Noviembre). Ser frugal es lo opuesto a ser despilfarrador, algo difícil en el mundo actual en donde la gente es apreciada sólo por lo que llaman signos de prestigio, que tienen la firma de grandes diseñadores y valen un dineral. Según el Diccionario Filosófico de Ferrater–Mora, se dice que es “necesario” lo que es y no puede no ser (Tomo II, Pág. 261), es decir, nosotros no podemos no tomar líquidos, ya que si esto ocurriera falleceríamos. Un ejemplo: la sed es un signo de que el cuerpo requiere agua urgentemente (es una necesidad), pero el ansia de comerse un helado sofisticado en una temporada calurosa es un deseo (algo que se disfraza de necesidad) cuyo motor es el placer. La frugalidad basa su atención primordialmente en las necesidades, no en los deseos, ya que estos últimos son los que hacen que los cupos de las tarjetas de crédito se desborden en la medida en que nos impulsan a comprar sin medida. En síntesis, mitigar los deseos es un camino hacia la perfección espiritual. Esto lo dijo Diógenes de Sinope, hace más de 2000 años. Su doctrina decía que vivir llanamente es un atajo hacia la virtud. Este curioso filósofo predicaba con el ejemplo, pues comía alimentos básicos y se vestía con sayos simples, ya que decía que era “característica de los dioses no necesitar nada y de los semejantes a los dioses el desear pocas cosas”. A este pensador le decían el “Cínico”, que en griego significaba perro, insulto que él se pasaba por el “derriere”. (Vida de Los Filósofos más ilustres. Diógenes Laercio. Libro VI). El problema del despilfarro no sería grave si fuera una conducta que sólo afectara a quienes la cometen, pero el derroche de los países desarrollados ha causado el calentamiento global, lo cual, aparte de los problemas climáticos, está causando el advenimiento de nuevas enfermedades y pandemias. Claro que, la parte más perversa de la civilización del desperdicio, es que el ansia de dilapidar conduce a que las relaciones personales estén presididas por la codicia y la rapiña, mediante las cuales se trata a las personas de una manera instrumental, algo que muchos filósofos condenaron también hace más de 20 siglos. Pero ese es otro tema. *Directivo universitario. Miembro de la Academia de la Historia de Cartagena. menrodster@gmail.com

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