La caridad empieza por casa, es lo que siempre he escuchado. Desde pequeños nuestros padres, profesores, amigos y clérigos nos enseñan a ser bondadosos, y antes que nada, a amar al prójimo como a nosotros mismos, porque la palabra prójimo significa próximo, el que está cerca. “Ayudar nos hace bien”. Todas las noches en el programa el Minuto de Dios escucho al cura recalcar ese tema y en la parte de abajo en la pantalla aparece una frase con un número de cuenta bancaria para hacer donaciones a nuestros hermanos de Haití. Me parece maravilloso, pues todo eso encierra la frase “hoy por ti, mañana por mí”. Colombia, ante estos llamados, se mueve masivamente para colaborarle al otro. Precisamente escuché por la televisión de un concierto para contribuir con los hermanos necesitados de Chile. Retomando lo de que la caridad empieza por casa, me pongo a pensar en la pobreza arrolladora por la que pasan nuestros hermanos colombianos, situación deplorable, triste, agobiante, que cada vez crece de manera imparable, sin saber a ciencia cierta cuáles serán los pasos a seguir para que todos ellos aminoren esa forma de vivir tan aplastante. No tengo nada en contra de los millonarios o los pudientes, todo lo contrario, es bueno tener dinero y administrarlo al antojo. De la que sí quiero hablar en contra es de la corrupción, porque debido a ese cáncer terminal se ha ido acrecentando el factor pobreza. El Estado invadido por estas células malignas no desarrolla sus planes principales y va dejando al garete a estas personas que claman una mejor condición de vida. El recaudo por concepto de impuestos es más que suficiente porque estos están estipulados en todos los pasos que da la gente, hasta las pisadas tienen gravámenes y si nos ponemos a hacer el ejercicio es mucho lo que le ingresa al Estado. Sin embargo, con ese cuento de “la corrupción”, el mismo gobierno, a pesar de chuparnos la sangre como los vampiros, nos deja la responsabilidad a los individuos de buen corazón para que contribuyamos y ayudemos a las personas más necesitadas. Lo hacemos, sí que lo hacemos, pero, ¿es nuestra responsabilidad? ¿A dónde van a parar nuestros dineros por concepto de impuestos? ¿A los salarios de los que nos representan? ¿A los bolsillos de los funcionarios y contratistas? ¿A las obras de medio pelo licitadas y ejecutadas con materiales de mala calidad? ¿A los desfalcos cometidos en las entidades públicas? ¿Al engorde de pocos y padecimiento de muchos? En las propuestas de los candidatos a la próxima presidencia de la República, en donde hablan de todo y no concretan nada, todavía no tengo claridad sobre los planes contundentes que puedan sacar a flote toda esta podredumbre que nos asfixia. Los debates llenos de hipótesis y supuestos han contribuido a que la gente vaya, venga, se tropiece, se devuelva y patine. Se habla mal o se ensalza a uno o al otro candidato, por el sólo hecho de escucharlo, porque nunca han sido presidentes y ni siquiera sabemos si ejecutarán todo eso que predican. En estos momentos nos valemos de la intuición, los deseos de justicia social y las aspiraciones por una vida digna para todos, porque lo que anhelamos en realidad es sentirnos confortables en nuestra casa, que es Colombia. *Escritora licorcione@gmail.com www.lidiacorcione.blogspot.com
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