Columna


El toro de lidia

JOSÉ FÉLIX LAFAURIE RIVERA

08 de agosto de 2010 12:00 AM

JOSÉ FÉLIX LAFAURIE RIVERA

08 de agosto de 2010 12:00 AM

Nuevamente la Corte Constitucional tiene en sus manos una decisión trascendente: Incluir en la ley de protección de animales a los toros de lidia para acabar la fiesta brava, que está en el corazón de las tradiciones colombianas, como la riña de gallos y el coleo. El alma de una nación se forma en el yunque de sus propias tradiciones, en el conjunto de bienes culturales que se heredan y trasmiten, y que son los valores, creencias, costumbres, y expresiones artísticas que, en nuestro caso, son herencia de nuestra mezcla indígena y española, que hemos venido construyendo hace más de cinco siglos. Somos producto de nuestras propias tradiciones. Nadie puede imaginarse cualquier pueblo de la Costa Caribe o del interior sin riñas de gallos o el coleo, o sin la fiesta de Blancos y Negros en Nariño, o el Carnaval de Barranquilla, patrimonio de la humanidad, o las de San Pedro y San Pablo en Huila. No son de ricos ni de pobres, sino del pueblo. ¿Por qué la Corte prohibirle a miles de colombianos la riña de gallos, el coleo, o la fiesta brava? Si las tradiciones en el fondo son el alma de una nación, no las debe prohibir. Los ricos eventualmente pueden ir a la gallera a jugar. Pero el que más cría el gallo fino es el pobre, porque es su única diversión al carecer de estadios deportivos y de otras cosas. Si tuvieran canchas de tenis, de fútbol o de basquetbol, uno no sabe si con el tiempo aquellas tradiciones cederán el paso a otras. Además, detrás de esas expresiones hay una estructura productiva que las soporta. Miles de personas se dedican a la pintura en Nariño para construir carrozas, como centenares a mantener la Feria de las Flores en Medellín o el mismo Carnaval de Barranquilla. En el caso de la fiesta brava, son miles de personas que se han dedicado a esta tradición. El toro de lidia, protagonista de la fiesta brava, es, por tanto, una realidad en la ganadería colombiana. Su cría es una actividad económica consolidada y sus criadores son tan ganaderos como los especializados en leche, los que se dedican a la producción de carne o al llamado doble propósito. Al igual que estos, comparten problemáticas, expectativas y afanes de modernización, aunque el suyo sea un ámbito productivo diferenciado. De ahí la existencia de las razas. Las razas existen por el interés del hombre de lograr un objetivo: poder producir carne o leche y en este caso concreto de la lidia, producir bravura. Y para alcanzar la producción y calidad en esos campos, el hombre ha trasegado en el mejoramiento de la genética, de la alimentación de los animales, en la biología, pasando por la inversión en investigación. Es el resultado de muchos cruces y de siglos de trabajo. Hoy en Colombia existen muchas empresas ganaderas dedicadas a esta actividad, en la cual invierten alrededor de cinco años para producir un ejemplar de lidia, que además genera muchos empleos y recursos al los fisco. Si tal objetivo se pierde y el mundo deja de torear, se echará por la borda el esfuerzo de siglos de trabajo y el resultado de muchos cruces, desintegrando de un plumazo los elementos sustanciales del toro bravo. El caso de la hípica en Colombia es un ejemplo de esto. El día que prohíban la fiesta de los toros desaparecerá el toro de lidia. *Presidente ejecutivo de Fedegán jflafaurie@yahoo.com

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