Columna


El velo

VANESSA ROSALES ALTAMAR

14 de agosto de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

14 de agosto de 2010 12:00 AM

Desde la Ilustración, Francia se ha jactado de ser un territorio donde prima el principio de la libertad. Lo francés es fácil de asociar con el pensamiento avanzado. Por eso, uno de los debates más recientes que ha envuelto al país ha sido, para algunos, una contradicción de ese espíritu libertario: prohibir o no el uso de la burka para mujeres musulmanas. Hace unos años, la misma Francia decidió prohibir el uso del velo, la versión más moderada de esta tradición que tapa, de una u otra manera, a las mujeres que practican la religión. El presidente Nicolás Sarkozy quiso ir más allá y esbozó la posibilidad de una ley prohibiendo la burka, la versión más radical de esta costumbre. Esta modalidad es habitual en países como Afganistán y consiste en un cobertor negro que arropa el cuerpo entero de la mujer, dejándola apenas ver y respirar por medio de una rendija. Cuando la hoguera del debate se prendió, fue apenas natural que salieran a la luz puntos de vista diversos. Políticos que abanderaban la causa definieron el velo como un “calabozo andante”, una forma burda de ningunear a la mujer, desdibujándole la identidad individual. Muchos librepensadores, en cambio, señalaron una contradicción: ¿cómo es que en nombre de la libertad se veta usar el velo, voluntariamente? Muchos países europeos, y no sólo Francia, se han visto envueltos en la misma discusión. Hace poco, una muchacha de 16 años fue expulsada de su colegio, en España, por llevar el velo. Hay en todo esto muchos factores en juego: conflictos de inmigración, marginación de minorías, discriminación religiosa, etc. De fondo, lo más espinoso tiene que ver con la pregunta de los librepensadores; si Francia y otros países europeos son mecas de libertad, ¿por qué disminuir las autonomías personales de los que usan símbolos religiosos? También en Francia, en 2004, lo que se prohibió no fue sólo el uso del velo musulmán, sino todo símbolo religioso. Fue un extremismo laico, pero extremo al final. En medio de todo ese torbellino están las musulmanas europeas, esas que se ven por las calles con rostros esplendorosos y carteras Louis Vuitton o Dolce & Gabbana. Algunas claman que son ellas mismas las que escogen ostentar el velo por una razón de identidad cultural o, sencillamente, porque deciden mantener las tradiciones religiosas que les fueron legadas. Pero, miremos las cosas objetivamente. ¿Tapar a las mujeres no tiene ya, de por sí, una connotación de no tener muchas libertades? Más que un símbolo religioso o no, exigir que sean ellas y no ambos géneros los cubiertos, habla sobre la concepción que tienen esas culturas de la mujer: hay que someterla a la invisibilidad y la sumisión. Las mujeres con velo son más fáciles de reconocer, pero las que tienen que usar la burka y el niqab (donde sólo se ven los ojos), no tienen identidad física en el mundo. Estas mujeres claman que “escogen” usarlo pero, también mirándolo objetivamente, en el Islam esa palabra no tiene significado para ellas. El peso de la opresión dogmática y de una religión que, en algunos casos, no en todos, las lapida por adulterio, o les prohíbe siquiera hablar con un hombre que no sea de su familia, no les ha dado la posibilidad de saber realmente lo que esa palabra significa. *Historiadora, periodista, escritora rosalesaltamar@gmail.com

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