Columna


Eliminar la tentación

VANESSA ROSALES ALTAMAR

12 de junio de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

12 de junio de 2010 12:00 AM

Debrahlee Lorenzana es la mujer despedida por Citibank hace unos meses, en Nueva York, por “ser demasiado sexy”. La belleza suele jugar a favor de las personas, pero en el caso de Debrahlee, sus atributos notables produjeron el efecto contrario. Por trabajar en un medio formal, en pleno corazón banquero y en la sucursal del Centro Chrysler en Manhattan, la mujer solía vestirse de acuerdo al contexto. Usaba -léase bien- faldas pitillo hasta por debajo de las rodillas, sacos de manga larga y cuello de tortuga, sastres y pantalones entallados. Sus curvas eran apreciables detrás de la formalidad de sus atuendos, porque Debrahlee, como buena ascendiente de latinos, es una mujer sinuosa y exuberante. Aquellos que tengan la oportunidad de ver sus imágenes notarán que su estética al vestir era correcta y que, pese a su voluptuosa fisonomía, no había en su aspecto vulgaridad o mal gusto. Sí, por supuesto, la exquisitez de las más pronunciadas curvas femeninas. Eso desató una obsesión en la oficina. Cuando finalmente decidió denunciar al banco por discriminación de género, relató que sus superiores vivían fijados en lo que se ponía. Consideraban sus atuendos demasiado “distractores”. La llamaban aparte en horas laborales a reclamárselo. Llegó a contar también que iba de compras con una colega a los mismos lugares, y que ambas adquirían ropa fina, de diseñador, del mismo tipo, pero que a su compañera nunca le ponían problemas por su vestimenta. Lentamente, Debrahlee comenzó a ser despojada de ciertas responsabilidades, hasta que la despidieron. Lo que, de seguro, produjo gran alivio entre sus colegas masculinos, ya que eran ellos quienes más “sufrían” con su presencia. Es comprensible que la naturaleza masculina sea visual y fantasiosa, y que una mujer arrebatadora tenga efectos fuertes. Pero, ¿significa entonces que las mujeres deben controlar su manera de vestir para que los hombres puedan manejar su propia libido? Los colegas masculinos de Debrahlee no “soportaban” su presencia, sus curvas –pese a estar bien cubiertas detrás de la ropa adecuada - no los dejaba trabajar. ¿La solución? Deshacerse de ella. A pesar de estar en pleno siglo XXI, en Nueva York, centro cosmopolita de vanguardia y progreso, el caso de Debrahlee tiene un trasfondo tan primitivo como el recurso que emplea la ortodoxia árabe para “controlar” sus impulsos hacia las mujeres: cubrirlas de pies a cabeza. En el fondo, para los islámicos más severos, la mujer, con sus misterios y voluptuosidades, es una tentación capaz de producir tanto descontrol que “debe ser cubierta”. ¡Es la única manera de que los hombres puedan controlar sus impulsos lujuriosos! Hay que reprimir a la mujer con sus delicias, eliminar su presencia visual para no desenfrenarse. El despido de Debrahlee es tan absurdo como tener que arropar a una mujer de pies a cabeza, para poder sujetarla y mantenerla en la zona de confort de un hombre que escoge no reprimir lo único que debe ser controlado: sus ansias y lujurias. No hay nada de malo en que los hombres miren, deseen y en últimas, sean como la naturaleza y la biología los han hecho. Pero ninguna mujer debe ser anulada a cuenta de su corporalidad, el control no debe ser hacia nosotras, el control debe venir de ellos. *Historiadora, periodista, escritora rosalesaltamar@gmail.com

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