Columna


En la selva

MIGUEL YANCES PEÑA

07 de septiembre de 2009 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

07 de septiembre de 2009 12:00 AM

La vida en comunidad requiere de un conjunto de normas que de cumplirse garantizan que la convivencia sea pacifica y fructífera. Su cumplimiento se garantiza por el temor a sanciones –divinas o humanas- que se imponen a quien las viola. En las comunidades primitivas las normas simplemente se conocen porque se aprenden desde la infancia a través de la observación y la imitación de los demás miembros de la misma: los ancianos aunque débiles, inspiran respeto porque son fuente de ejemplo y sabiduría. No son mucho los que se aventuran a violarla y sacar provecho, tal vez por el principio que inhibe al individuo de hacer lo que antes no se ha visto hacer a otros (temor a lo desconocido), o tal vez por respeto y consideración con los semejantes. El resultado es que la sociedad funciona. En las más avanzadas (civilizadas se dice) las normas se escriben en forma de leyes, códigos y normas, y son tantas, tantas, tantas (cada día más, más y más) que no hay individuo capaz de conocerlas todas. En la práctica el cerebro las engloba dentro de principios y conceptos mayores y actúa. De ahí la importancia de que encajen en esos principios; si no, como sucede cuando las leyes se idean y se hacen aprobar para proteger intereses individuales y/o grupales, se presentan conflictos; el individuo las rechaza; les hace el quite, o las viola abierta o solapadamente. La realidad es que los individuos, más que a normas, obedecen a los patrones de conducta aprendidos o heredados (como en las comunidades tribales), y persiguen a toda costa el beneficio y el bienestar personal y el de su grupo más cercano, haciendo uso de su propio arsenal de principios, y sus capacidades físicas, económicas e intelectuales. Quienes no fueron educados para la convivencia social, se imponen con manipulación y engaños (los más educados e inteligentes), o por el temor que infunden en los demás (los más ricos, poderosos y fuertes) porque al no respetar principios, los que sí, (lo mismo que quien se enfrenta al que nada posee) siempre lleva las de perder. Es decir, en el día a día, los más violentos, los mas irrespetuosos, los más atrevidos, los peor educados, en general, quienes no respetan principios éticos ni morales, y los que menos arriesgan en dinero, o prestigio si se quiere, porque ya poco tienen que perder, se van imponiendo ante las mayorías tímidas e indefensas. Así es como unos sacan provecho, y otros aburridos de ser pisoteados y aventajados, finalmente siguen el ejemplo. Como produce beneficios, la conducta indebida se replica; se generaliza la violación a otras normas generando una nueva cultura, y se afecta la estructura misma de la sociedad: se vuelve disfuncional. “Todo está perdido –decía Demócrito- cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa." ¿Cómo parar esa bola de nieve que se crece tras un manto de impunidad? La justicia por mano propia, pone un dique, pero como pasó con las autodefensas, degenera en otro poder más difícil de controlar. Algo profundo y estructural habrá que hacer urgentemente con el sistema judicial colombiano para que esté más cerca de las necesidades del ciudadano medio, que es burlado, engañado y pisoteado en la cotidianidad, si queremos corregir tanta violencia y agresividad, y recuperar las buenas formas de vivir. *Ing. Electrónico, MBA, Ex Superintendente (Pensionado) Electricaribe. myances@msn.com

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