Columna


En nombre de Dios

VANESSA ROSALES ALTAMAR

11 de septiembre de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

11 de septiembre de 2010 12:00 AM

No es exagerado decir que la mayoría de los mortales tenemos discriminaciones o prejuicios. Es apenas lógico que no siempre estemos de acuerdo con todas las expresiones que han sobrevenido en una sociedad global hipermoderna, liberal y ecléctica. Así como es un deber respetar la otredad y sus diferencias, así también es un derecho no tener que comulgar con todo lo que nos rodea. Tenemos derecho a no estar de acuerdo con el estilo de vida, los gustos y las preferencias de otras personas. Sin embargo, lo que resulta realmente molesto –por la gran contradicción que representa- es cuando esas disensiones no se basan sólo en el derecho a la diferencia, sino que están insufladas de odio y de veneno y encima, se pronuncian en nombre de Dios y más específicamente en nombre del Dios cristiano, o en nombre de Jesús. En días pasados, Terry Jones, un pastor evangélico de una pequeña iglesia en la Florida, afirmó con vehemencia que, el 11 de septiembre de este año, estaría quemando unas 200 copias del Corán, el libro sagrado de los musulmanes. La iniciativa desató oposiciones y protestas, incluso del comandante estadounidense de las tropas militares en Afganistán, quien señaló a este tipo de acciones como la excusa perfecta para que el Talibán se ensañe contra las tropas. También se supo, a través de algunos medios norteamericanos, que una familia en Tailandia, cristiana, escribió a un pastor de la misma ciudad, suplicando detener la quema del libro. De hacerse, sus vidas podrían estar en peligro, así como las de cualquier cristiano que se encuentre entre el fanatismo, igual de envenenado, del Islam. Lo más absurdo, sin embargo, es que se levanten mensajes de odio en nombre de Jesús, la encarnación misma de la tolerancia por los otros. No hay siquiera que mirar al Nuevo Testamento con ojos religiosos para entender esto. Si se mira su historia desde una lente objetiva, se reconocerá en Jesús el máximo símbolo de los ojos que no juzgan, que ceden, incluso, a condonar a una prostituta. Esto, para evocar lo más básico. ¿Si el mismo Hijo de Dios mantenía a raya las ínfulas para juzgar lo más terrenal, quién le ha concedido a algunos de sus seguidores esa facultad que creen tener para hacerlo? ¿Quién le ha dado a ese tipo de cristianos la potestad de juzgar a los otros con tanta certeza? ¿Acaso no recuerdan que entre las palabras de Jesús estuvo: “miras la espiga en el ojo ajeno y no ves la gran viga en el tuyo propio?” No deja nunca de llamarme la atención lo contradictorio que es escuchar el sermón de un cristiano fanático –desquiciado- teñido de odios y juicios. Mi pregunta para ellos es: ¿serían esas las palabras de Jesús? ¿Procedería él a quemar libros del Corán o a llamar a los otros ‘demonios’ por ser distintos? Es apenas lógico que muchas personas no comulguen con la comunidad gay, por ejemplo, o con las convicciones del Islam, -especialmente en su versión más sesgada-, pero si van a pregonar odio, si van a sentirse por encima de ellos, si quieren creer inútil y vanidosamente que son ellos los poseedores de la verdad, que al menos tengan la decencia de hacerlo en nombre propio, y no en nombre del Dios que desperdigó por el mundo el mensaje más grande de amor y aceptación. *Periodista, historiadora y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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