Alguna vez Juan Sebastián Betancourt sostuvo en la revisa Caja de Herramientas (Bogotá 10/99) que la corrupción es un pésimo negocio. Aseguró que para enfrentar a los negocios sucios en el sector privado y en el público, la ética empresarial debía ser más rigurosa que la ética civil. Estas y otras afirmaciones del mencionado autor nos inspiran, en gran parte, esta reflexión. Diez años después, sigue vigente lo que sostuvimos en escenarios académicos como respuestas complementarias a este tema tan polémico. Hoy resaltamos que no bastan los principios éticos en la conciencia de un país que está entre el derrumbe moral y el colapso del sistema. Es necesario que la ética, el civismo y la política remolquen el derecho penal para castigar las conductas moralmente imputables y políticamente dañosas. La crisis económica mundial reflota la ética y su relación íntima con los negocios. Los candidatos más notables a la presidencia de los EE.UU., Obama y McCain, asumieron críticamente la debacle del sistema financiero, sentado en Wall Street, se debió a la falta de escrúpulos morales de quienes administran las acciones de la banca y de la bolsa, y a la complacencia de las autoridades ante sus abusos. Hubo escándalos desde sueldos elevadísimos de ejecutivos, hasta la sed hipercriminal de ganancias de inversionistas y magnates. Casos típicos de corrupción del sector privado y casos similares del sector público, nacieron del poder de soborno de los unos y en el cohecho de los otros. Muchos dicen que estos son los gajes de la economía de mercado y del capitalismo salvaje. Pero no se crea que la corrupción sea sólo capitalista. Es una constante en la historia de todos los modelos conocidos. Fenómeno que incide, causa y determina, como cultura, las crisis, la caída y el relevo de dichos sistemas. De ahí la importancia que los defensores del mercado le dan a la prudencia para negociar, expandir mercados y fundar nuevos escenarios de explotación y especulación, para no fulminar la gallina de los huevos de oro. Insisten en recomendaciones éticas. Seguramente porque saben que ningún modelo económico es eterno. ¿Qué queda, pues, como lección concluyente de cada crisis? Allá en el mayor centro del poder financiero del planeta y aquí en Colombia, donde la ausencia de la ética en negocios variados también abunda como la verdolaga, toca aceptar que la actividad privada y la pública terminan siendo inviables en una cultura donde prevalece la obscenidad en los negocios, es decir, la corrupción. Que la cultura del avivato amenaza la existencia del sistema. Por lo tanto, es urgente aprender de la experiencia exitosa de la ética empresarial y de la ética pública en sociedades como la canadiense, donde la participación de los ciudadanos mediante el “control social” y veedurías activas, ha logrado que la impunidad decrezca o desaparezca. Los pillos se agigantan donde son pobres la educación en valores, la vigilancia, y la persecución del Estado y de la sociedad a la corrupción. *Docente catedrático UTB argemiromenco@yahoo.com
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