Columna


Expresiones

VANESSA ROSALES ALTAMAR

31 de octubre de 2009 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

31 de octubre de 2009 12:00 AM

Los colombianos conocimos a Sara Corrales unos años atrás, gracias a esa consagrada tendencia de realities instalada en los nuevos hábitos de televisión. La vimos en aquella banal competencia, llamada Protagonistas de Novela, que propició su inevitable ascenso; luego se consagró como celebridad en el mundillo de actores colombianos; continuamos viéndola en telenovelas. Y la vimos, claro, desnudarse para SoHo y pavonearse entre las páginas de revisticas de farándula. Y hace poco le conocimos su faceta de amante. El escándalo entre ella, el actor Robinson Díaz, y la actriz Adriana Arango se encargó de que la viéramos bajo otra luz. Claro, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Que el amor puede enturbiar la sensatez de aquellos a quienes apresa. Que cualquiera puede atravesar una circunstancia similar a la de la señorita Corrales y el señor Díaz. Pero más allá del engaño matrimonial, la esencia de esta historia está en lo que representan las mujeres del tipo de Sara Corrales en nuestro imaginario y cultura nacional. Su caso es una especie de prototipo. Modelo self made, catapultada a la fama por un incipiente momento de proyección televisivo, de repente performer versátil, actriz de telenovela, culo en el gran catálogo nacional que ostenta la pornografía disfrazada de SoHo, y en general, el tipo de personaje nacional que para venderse, y cotizar su valor como “artista” entreabre la boca y el escote. En días pasados volvimos a escuchar su nombre. Esta vez, en boca de una de sus colegas: la actriz Marcela Mar. La señorita Mar osó decir una serie de cosas que según Corrales y su abogado no son otra cosa que injuria personal. Ergo, Marcela Mar por arremeter contra el buen nombre de la señorita Corrales, se ganó un pleito judicial pesado que bajo las mañas correctas, puede ser condenable. Lo que dijo Marcela Mar fue en respuesta a una pregunta sobre lo que pensaba acerca de las amantes. Entonces, descargó, inmisericorde sí, pero con acierto. Lo que reluce de sus expresiones es que Sara Corrales es “la estigmatización y perpetuación de la estética del narcotráfico en este país (...) Es como todo lo fácil, lo inmediato, de la estética de la mujer prepago asquerosa y muy primaria". El video fue ampliamente difundido por Internet y logró encandilar los ánimos. Pero seamos francos, lo que Marcela Mar dijo no es equivocado. Más allá del escándalo de infidelidad que develó suficientes rasgos sobre la señorita Corrales; del método estético que aplican personajes femeninos como ella, y un sinnúmero de otras en revisticas como SoHo; de su look de mujer fatal con altísimas dosis de contenido sexual, mujeres como Sara Corrales son celebradas a diario y hablan, ruidosamente, sobre aquella cultura que encarnan otros iconos de la banalidad colombiana. Otra vez, es una referencia a lo que significa feminidad en Colombia. Puede ser que las palabras de Marcela Mar sean condenables, desde una perspectiva netamente jurídica, puede ser que el acto de juzgar no le esté dado a nadie, pero la realidad del caso es que Sara Corrales es la perpetuación de una estética que obsesiona como nada a los colombianos. Aquella que reverencia el primitivismo, el implante, y a la mujer como una masa publicable en su desnudez. Tristemente, Marcela Mar atinó, diciendo la verdad. *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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