Columna


Final de Partida

RUDOLF HOMMES

01 de agosto de 2010 12:00 AM

RUDOLF HOMMES

01 de agosto de 2010 12:00 AM

Si Santos y Uribe llegan al 7 de agosto sin pelear y mantienen hasta entonces lo que El Tiempo describe como una relación afectuosa será porque no quedó más tiempo. A Uribe no gustan varias decisiones de Santos y lo dijo públicamente o quizá para impedir que se hagan, casos en los cuales Santos fue prudente y evitó un estrellón. Los políticos de la coalición de gobierno y los antiguos furibistas les quitan importancia a estos incidentes y dan explicaciones fantásticas. Cuando Uribe torpedeó la iniciativa de Santos de acercarse a Chávez, los líderes de la U no demoraron en propagar la versión de que era una acción concertada entre el Presidente saliente y el entrante, para evitarle a Santos poner sobre la mesa el asunto delicado de los guerrilleros colombianos en Venezuela. Esto no parece exacto porque el gobierno de Venezuela no aceptó que hay guerrilleros en su territorio, nunca admitirá que los acoge y menos que los protege y los alienta. Sin embargo, la intervención de Uribe no salió tan mal porque lo único sensato que se puede hacer ahora es tender puentes desde ambos lados después de que se acabó el comercio entre los dos países y Chávez rompió relaciones. Al otro día de la embarazosa escena en la que rompió con Colombia, en dúo con Maradona, Chávez ya le aconsejaba a la guerrilla colombiana no seguir tratando llegar al poder por la vía armada. Pero si esto tomó un camino que puede ser promisorio, no ha sido por la destreza diplomática de Uribe y su equipo, o por la forma y oportunidad de lo que hicieron. Esto no quiere decir que el Presidente no tenía autoridad para llevarlo a cabo, o que debía resignarse a que su sucesor se hubiera apresurado a cambiarle la política sin que hubiera concluido su gobierno. Por eso guardó silencio Santos. También calló, aunque esta vez no tenía que hacerlo ni tenía Uribe la misma justificación, cuando el gobierno se interpuso y no dejó nombrar a Vargas Lleras en Defensa. El vicepresidente Santos lo calificó de traidor, quizás porque se opuso a la segunda reelección de Uribe. Pero Vargas salió ganando y puede posicionarse muy bien en la nueva fila india. Como ministro del Interior estará haciendo lo que le gusta y moviéndose en el Congreso como pez grande en su pecera. Tiene un buen programa para Justicia y goza de prestigio en la opinión pública, que va a estar observándolo para ver si controla su gusto por la burocracia. Tiene madera para ser presidente y ahora debe demostrarlo. Ya dio un paso importante, bien recibido, cuando declaró espontáneamente no estar de acuerdo con el proyecto de ley para cambiar la forma como se elige al fiscal. Si ha sido inconveniente que el DAS dependa de la Presidencia, ¿qué tal que la Fiscalía fuera de esa órbita? Hacer oposición podría ser muy peligroso. Rodrigo Rivera acabó en Defensa, en el lugar equivocado. Probablemente tendrá a Uribe en la nuca, supervisándolo y haciéndoles difícil la vida a él y al Gobierno porque no quiere soltar el control. Eduardo Posada decía en un artículo la semana pasada que en una democracia es esencial para la gobernabilidad que los perdedores acepten sus derrotas. En el caso colombiano esto no ha sido problema. Pero el que no ha aceptado que se retira es el presidente Uribe, y esto puede ser muy lesivo para la gobernabilidad.

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