Columna


Fútbol, fútbol, fútbol

VANESSA ROSALES ALTAMAR

29 de mayo de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

29 de mayo de 2010 12:00 AM

Como muchas mujeres, no entiendo ni me interesa el fútbol. Miro con asombro aquello que me gusta llamar “la metafísica del fútbol”, y que es común ver en los momentos previos y póstumos de los partidos, en los canales deportivos. Comentarios como “hicimos lo mejor que pudimos”, “desafortunadamente aflojamos”, o “perdimos pero no perdemos la esperanza”, son afirmaciones tan trascendentes como un secreto de Estado: toda una conspiración, un mensaje divino, un misterio. La magnitud, la importancia que adquiere todo cuando los comentaristas se sientan, absortos y devotos, me ha sobrepasado siempre. Tampoco entiendo el fervor en los estadios. Especialmente, cuando en las gradas se observa una manta colosal con los colores de un equipo, que cubre metros y metros de hinchas desaforados. ¿Cómo hacen para ver el partido? ¿Es tan ardiente lo que sienten que prefieren una vista ciega de la cancha con tal de alentar a su equipo? Y los llantos, las risas, los gritos, las euforias, los cuchillazos, las arremetidas demenciales, todo eso, también, me sobrepasa. Alguna vez, Daniel Samper Pizano escribió algo que no olvido. Decía, en otra época de Mundial, que durante la gran fiesta futbolística se ha demostrado que las tasas de natalidad se reducen significativamente. ¿La razón? Los hombres pierden el apetito sexual. Y creo que hay pocas cosas que interesen más a un hombre que el sexo. Pues aparentemente el “deporte rey” puede con todo lo sospechado. Sé también de hombres que idolatran a equipos que siempre pierden y que, pese al hábito de la derrota, renuevan una amargura intensa cuando el equipo reincide. Sin embargo, en plena antesala de Sudáfrica, mientras espero encontrar alguna piedra bajo la cual meterme a partir del 11 de junio, creo que en los últimos días he “entendido” lo siguiente del fútbol: es un idioma universal, como el sexo y la música. Todos parecen comprenderlo y adorarlo: en una favela en Brasil, o en las afueras de la muralla cartagenera, en los barrios porteños como en las calles de Tokio, tanto en un pueblo en Nigeria como en la capital holandesa. Para mi gran sorpresa, el fútbol es como cualquier otra maquinaria de nuestra época que, como el arte y la moda, habla y refleja el presente contemporáneo. Cubre todos los abanicos: los efectos de la globalización, el fenómeno del merchandising, las nuevas versiones del capitalismo, la fisonomía del poder y uno de los rasgos que más caracteriza el hoy: el máximo refinamiento de lo tecnológico y lo estético. (La ingeniería procuró balones perfectamente esféricos, uniformes con la térmica adecuada y una ciencia textil tan desarrollada para que los jugadores tengan trabajo para agarrar las camisetas del contrincante en tiempos de disputa). En ese sentido, estoy dispuesta a admitir, que tiene algo bonito. He comprobado que está precedido por una tradición abrumadora de gestos y datos, de instantes que asemejan el efecto del tatuaje, iconos y personajes (sólo hace poco me enteré de que en Brasil hubo un futbolista de nombre Sócrates, titánico en tamaño, largo, espigado y además, doctorado en las disciplinas intelectuales). Nuevos visos de luz han recaído sobre mi visión del fútbol, es cierto, pero aún así, en lo más profundo de mi ser sigo sin comprender el fervor y la demencia. *Historiadora, periodista, escritora rosalesaltamar@gmail.com

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS