Columna


Gallos de mar

AP

29 de octubre de 2009 12:00 AM

CRISTO GARCÍA TAPIA

29 de octubre de 2009 12:00 AM

Hasta adonde alcanzan mis conocimientos de marinería y de cosas de mar, que son por demás escasos, doy por jurado que nunca había oído de los gallos de mar, aves de colores indescriptibles que habitan los fondos cálidos del Caribe y emergen de él en el punto más absoluto del mediodía. Y de verlos sí que menos; incluso, jamás pasó por mi cabeza que un día de estos de mi vida de andariego elemental fuera a conocer especie tan exótica y fabulosa. Y, para mayor gracia de este que abomina del mar, percibir su canto a escasos metros del manglar y la playa. Menos aún, que fuera a mí a quien el misterio de las coincidencias le deparara el privilegio de verlos emerger como ya queda dicho, un 21 de Octubre, cuando el mar comenzaba a serenarse de su borrachera nocturna de salmueras y espumarajos; de tedio e impotencia. Porque, como ya queda dicho, del mar y sus cosas cercanas nada me gusta. Para mejor decir, el mar es una absurda criatura; algo amorfo aunque se mueva y adquiera las formas del viento o de la tierra que penetra; de los peces que lo moran y sucumben en el desencanto de sus profundidades ciegas; en el sonido vago de su lúgubre eternidad. Que fuera yo a dar al lugar más próximo adonde emergen los gallos de mar, es misterio vedado a las interpretaciones de los más renombrados arúspices de estas y otras tierras de litoral. Y de otras, allende la salmuera, el viento, el yodo y el salitre, que hechizan con su canto aquellos pájaros invisibles. Quede dicho también que ese día, 21 de Octubre, yo no iba para el mar. Ningún sueño me lo había alumbrado la víspera; ningún viento inclinó mi rosa de los vientos por sus desolados parajes; ningún olor a miasmas; ninguna flor de mar brotó en el alba de ese día en mis jardines de exóticas especies. Ni siquiera los olores inesperados de otra edad que por veces marcan mis rumbos alcanzaron a presagiar el mar nunca buscado y encontrado siempre, sus gallos invisibles proclamando solemnes su canto en los patios sin límites ni cercas de Tolú, más allá de un azul que no les pertenece. El caso es que por el sendero que se bifurca, fui a dar con el mar y con los gallos que lo habitan ignotos y pude oír sus cantos, nítidos y transparentes, como el filo de un cuchillo deslizándose sobre una lámina de acero; sus crestas, entre rojizas y verdes, brotando en mitad de sus ojos amarillos; sus picos, largos y gruesos, forjados en ámbar y diamante para escarbar en el lecho marino las perlas y corales que les sirven de alimento. Fue por tres veces consecutivas y con intervalos de tres exactos minutos, ni uno más ni uno menos, cuando una luz como de arco iris iluminó mis ojos y pude contemplar fugazmente siete gallos emergiendo del mar y lanzando desafiantes un canto que traspasaba como aguja la atmósfera del mediodía y se iba al infinito por los vientos de Octubre. De mi visión conté a los nativos y me dijeron que de sirenas y caballitos de mar sabían, pero que nunca habían oído el canto ni visto el plumaje de los gallos de mar. Y yo les creo. *Poeta, escritor y periodista elversionista@yahoo.es

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