Siento que desde algún sitio me mira y me habla y se ríe con la misma espontaneidad, e igual de bondadoso como siempre lo conocí, en actitud desprevenida y amigable que no lo abandonará jamás por muy lejos que se encuentre. La expresión violenta nunca moldeó su rostro, que no fue escenario propicio para la ira ni para el desprecio. Me divertí con sus maneras sutiles de expresar sentimientos con un humor entretenido que, en no pocas veces, cómo gozábamos cuando se reflejaba en sus ojos un brillo distinto y un repentino cambio de color en sus cachetes. Silencioso en su andar, parecía caminar siempre sobre un tapiz persa, y con pasos firmes, se movía sin ofender ni maltratar con la palabra inoportuna y venenosa. A veces me parecía inocente y puro como un niño que no dejó de jugar a la decencia con imaginarios juguetes que compartió con su esposa Ledis, que también, como a él, le palpita un enorme corazón que terminó fundiéndose con el suyo, que hoy sangra por la inoportuna partida del amante, orientador, tolerante, familiar y maestro de todos sus presentes que compartió con unos y otros sin una pizca de egoísmo. Parecía darlo todo a cambio de nada, porque jamás pretendió contraprestaciones que no fueran un abrazo, un apretón de manos o el compromiso tácito de que la relación se mantuviera en beneficio del mejor de los afectos que Guillermo Seba cultivó como una virtud, porque para su condición de licenciado en ciencias sociales, la amistad la entendió descontaminada, sin que en ella se asomara la sospecha que la ensombreciera. Por eso, a sus alumnos, hijos y compañeros los trató como amigos para que no quedara dudas de la honestidad con que adornó su vida, sobre todo cuando pasaba de ser el simple y ocasional conversador al protagonista de la actividad que más le gustó ejercer: enseñar. Cuando más quiso abrazar la vida dedicándose con total sosiego a escribir un libro que casi culminaba, la implacable muerte lo sorprendió sin que le diera oportunidad de despedirse como él lo hubiera querido, rodeado de sus amigos, escuchando música y anécdotas enriquecedoras no exentas de la idea repetentista que tanto lo divertía y sobre la cual conjeturaba para que no se le apagara la chispa que lo exaltaba como un hombre inteligentemente sobrio. Ni su tartamudeo le ocultó la capacidad para ser fino, oportuno, y de un obligado reencuentro que siempre lo disfrutaba como si fuera el último. Perteneció Guillermo Sebá Rodríguez a una familia de curas, pedagogos, comerciantes y otros oficios que le han aportado a la sociedad un trabajo disciplinado en defensa de los valores por los que no descansó en preservar a través de sus enseñanzas a una juventud impetuosa y no pocas veces agresiva en pos de romper paradigmas que al final son víctimas de la evolución. noctambula2@hotmail.com
NOTICIAS RECOMENDADAS
Comentarios ()