Columna


Hostilidad y desconfianza

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

27 de noviembre de 2009 12:00 AM

PANTALEÓN NARVÁEZ ARRIETA

27 de noviembre de 2009 12:00 AM

Fue el único residente de mi antigua cuadra sobre cuya vida no puedo testificar. En ocasiones lo vi entrar o salir de su casa, como él a mí. Vivía unos metros arriba de donde yo viví, pero nunca cruzamos un saludo. No se dio la oportunidad para acercarnos. El llegó cuando yo preparaba mi mudanza. Lo que supe de él fue por referencias de amigos comunes, pues todavía suelo indagar sobre la procedencia y hábitos de quienes se aposentarán a mí alrededor. Además, su tío, que es hoy mi vecino de al lado, siempre lo ponderaba. Se llamaba Luís Alejandro Támara Reyes, era médico anestesiólogo de apenas con 36 años de edad y tenía como propósito ejercer su profesión hasta cuando las fuerzas se lo permitieran. Pero no lo dejaron cumplir su aspiración. El jueves de la semana anterior lo acribillaron en su vehículo. La noticia de este asesinato me boqueó. Sentí temor, indefensión y perplejidad. Era como estar atascado en un lodazal en plena noche, mientras la lluvia cae acompañada de relámpagos y truenos. Es que en Sincelejo, durante lo corrido del año, las situaciones de violencia se han multiplicado, segando vidas y dejando la impresión de que la inteligencia de los órganos de seguridad no está en capacidad de anticiparse a los malhechores, que se abastecen de armas de fuego en un mercado sobre el que no fructifican los controles, de modo que incautar algunas no es desarmar a los delincuentes, cuya osadía los ha llevado a dispararse de pretil a pretil, como ocurrió en el caso del menor que, ajeno a la confrontación, fue herido cerca de la Fiscalía mientras caminaba sobre el andén. Estos sucesos denotan el riesgo y la incertidumbre que afrontamos los ciudadanos que aceptamos y pregonamos que el uso de las armas corresponde a los agentes del Estado y la resolución de conflictos debe confiarse a terceros que posean los conocimientos y ecuanimidad para determinar a quién asiste la razón. Se impone revertir este clima de pesimismo, hostilidad y dudas. Es una tarea que debe liderar el Alcalde, quien no sólo sabe que dentro de la sociedad afloran individuos con interés en alterar la escala de valores para entronizar formas de comercio cuya consolidación se alcanza instaurando un régimen en donde los violentos imponen condiciones, sino, también, que la unidad de una comunidad en torno a un propósito termina por restablecer la tranquilidad y la confianza. Él lo ha reconocido en varias oportunidades, sobre todo cuando se muestra como el abanderado de reafirmar a Sincelejo como una ciudad amable. Pero, cada vez que alguien pierde la vida a manos de un sicario, su proyecto sufre un retroceso. La amabilidad depende no sólo de contar con calles pavimentadas, colegios que funcionen en edificios amplios y arborizados, buses de último modelo circulando por las calles, parques iluminados, plaza de mercado limpia y sin hedores; sino de tener la certeza de estar protegidos por la labor de las autoridades y convivir entre quienes tengan la convicción de que respetar a los demás beneficia a todos. Si logra cimentar, entre nosotros, el espíritu de cooperación, tolerancia y concordia, honrará su propósito y la memoria de los muertos. Pero si, por el contrario, el exterminio continúa, estamos a las puertas de vivir en una selva de cemento. *Abogado y profesor universitario noelatierra@hotmail.com

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