Es probable que los gramáticos y semiólogos no terminen de ponerse de acuerdo en si “conmemorar, celebrar y festejar”, quieren decir lo mismo, pero de cuanto estoy cierto es de que siempre tendrán la incógnita entre sus preocupaciones y jamás van a dejarla de lado. Cosa distinta presumo del Estado, Gobierno, Ministerio Público, Fiscalía, en todo lo que tiene que ver con la más vituperable ignominia cometida contra un pueblo: la Masacre de campesinos, mujeres, niños y ancianos, perpetrada por las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, Bloque Norte, en El Salado, municipio de El Carmen de Bolívar, Colombia, bajo el mando de alias “el Tigre”, y “Juancho Dique”, los tristemente célebres carniceros que cumplían órdenes de Rodrigo Tovar Pupo, “Jorge 40”, Salvatore Mancuso Gómez y alias “Cadena”. Diez años después de aquel pavoroso crimen, los muertos de El Salado son cien muertos más en la estadística oficial, algo tan común y corriente frente a los dos y tres mil crímenes de la misma naturaleza que se ufanan de haber ejecutado en sus macabras andanzas los “paracos” sin ser vistos, controlados ni seguidos por la fuerza regular que la Constitución consagra como guardiana de la vida de los colombianos. Y que sus jefes, extraditados a USA, reconocen e invocan como paliativos para rebajar las penas que pueda imponerles por narcotráfico, que no por terrorismo y asesinato como debería ser, la justicia americana. Que entre el 16 y el 19 de febrero de 2000, ningún general, coronel, capitán, teniente, sargento, cabo o soldado, haya visto, sabido, oído, sentido, presentido, adivinado, que 400 paramilitares atravesaron cientos de kilómetros para perpetrar un genocidio, que además anunciaron con anticipación por medio de volantes lanzados desde helicópteros, es el más inverosímil suceso de connivencia del cual pueda tenerse noticia en los anales de la criminalidad en Colombia. Pero así fue. Nadie vio, oyó, olió, supo, adivinó, creyó, presintió, tuvo el pálpito, hizo “inteligencia”, ató cabos, sopló, para evitarla, acerca de la monstruosa masacre que se iba a perpetrar a escasos 20 kilómetros y minutos de El Carmen de Bolívar, de incontables puestos de Policía y Ejército, de batallones y brigadas, de comandos estratégicos, de policías y del DAS. De eso se cuentan ya diez años y todo sigue como si en ese grotesco “teatro de operaciones” que fue, durante cuatro días con sus interminables noches, El Salado, Bolívar, Colombia, no hubiese pasado nada. Diezmado y reducido en su esperanza, El Salado es un resto humano que a nadie duele; abandonado en su desolación y desmemoria, las palabras reparación, justicia, ley, son voces sordas y sin eco que se estrellan contra la indiferencia del Estado y el Gobierno. Por ahí, en Wikipedia, quedan anotados los distintos tipos de armas que contra los cuerpos y almas de hombres, mujeres, ancianos y niños de El Salado, descargaron los “enviados” de Mancuso, Castaño, “Jorge 40”, y “Cadena”. Y de quién sabe quién más... ¡Se van a sorprender de horror! *Poeta elversionista@yahoo.es
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