Columna


Islam caribeño

VANESSA ROSALES ALTAMAR

15 de mayo de 2010 12:00 AM

VANESSA ROSALES ALTAMAR

15 de mayo de 2010 12:00 AM

Como muchas mujeres, soy apasionada de la moda. Tengo debilidad por los zapatos, y por prendas suculentas. Llevé mi pasión hasta el periodismo, intentando desmitificar la mirada torpe que señala a la moda como un universo de frivolidad. Cuando miramos fotografías antiguas, por ejemplo, sabemos más o menos qué época es por la ropa de la gente. Por eso, indica el tiempo, refleja el espíritu de las épocas y de la fisonomía de la cultura. Pero además, la historia de la moda es la historia de la mujer. Los tacones, el pintalabios rojo y la minifalda no son prendas banales, sino que representan hitos de la feminidad, fogonazos que dieron cabida a la posibilidad de ser. Hace poco, mirando algunas pasarelas, como acostumbro, me encontré una sorpresa desagradable. Durante la semana de la moda de Miami, una de las diseñadoras -era musulmana- concedió una entrevista sobre su línea. Ella misma llevaba el velo típico que cubre todo, salvo el rostro. Habló sobre su colección como una manera de “suavizar” la percepción de la cultura. Y sin embargo, no hay absolutamente nada suave, ni aceptable sobre una cultura que, para evadir la lujuria, o afianzar el “poderío superior” masculino, demande cubrir el cuerpo de las mujeres. Incluso, algunas musulmanas argumentan que la posición de la mujer moderna, con sus libertades –que tildan de libertinaje, por cierto- no es una evolución natural, ni un consentimiento “divino”, sino el resultado de un proceso forzado. También alegan que todas las ganancias que han traído las últimas décadas no se comparan al lugar que ocupa la mujer en el mapa del Islam. Si el Corán se encarga de separar los roles entre hombres y mujeres de la manera más tajante posible –hombres son sinónimo de poder y dinero, mujeres son sinónimo de familia y hogar– es, bajo su lógica, sencillamente porque la mujer es “tan sagrada”, que enclaustrarla, cubrirla y aislarla no es sino una manera de defenderla. ¿Suena terriblemente familiar? Francamente, me parece escuchar el pensamiento hablado de algún cartagenero o de algún latinoamericano. Al menos, de aquellos que defienden y vivifican en su cotidianidad este tipo de creencias. Entre otros argumentos, se razona que la mujer musulmana posee una igualdad de derechos, sobre todo de libertad de expresión y opiniones. En otras palabras, según los mismos musulmanes, la mujer es un individuo independiente y reconocido, un agente activo que, incluso, participó en discusiones agitadas con el mismo profeta Mahoma, y que siempre ha estado en las esferas públicas del Islam. Y sin embargo, desde la afortunada distancia de ese pensamiento, vale anotar la contradicción entre ese raciocinio y que a las mujeres se les exija cubrir su cuerpo. Otro argumento es que las mujeres tienen vidas más fáciles que los hombres porque no está entre sus deberes ganarse el pan, como el hombre. Si es esposa, su esposo procura su bienestar; si es madre, será su hijo, y si es hija, será su padre. Es una perspectiva similar a la que alardea que las libertades de la mujer moderna, en el fondo, sólo han traído “pesar”. Es la típica alharaca de una ortodoxia que estrecha la mente. Parece que en Cartagena hay bastantes “musulmanes”, tanto hombres, como mujeres. *Historiadora, periodista y escritora rosalesaltamar@gmail.com

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