Columna


La alegría de dar

LIDIA CORCIONE CRESCINI

15 de diciembre de 2009 12:00 AM

LIDIA CORCIONE CRESCINI

15 de diciembre de 2009 12:00 AM

En esta época del año la gente camina de un lado a otro con prisa desmesurada, ya que el tiempo se acorta y quizás no exista espacio para demostrar a los demás con un detalle material de que estás ahí, a toda hora presente. Sin embargo la generosidad no radica en ser ricos o pobres, de estrato 2 ó 6, simplemente el compartir está en el corazón desinteresado que desea regalar un momento de alegría a otro ser, que por su condición de tristeza, zozobra, y vacío necesita de esa presencia que lo estimula a seguir en la lucha por la supervivencia en un mundo desgarrado por la ambición, corrupción y locura. Hace varios años conocí a Alberto Bermúdez, quien en su travesía transita por los rincones de la Loma del Rosario, Loma del Diamante y barrio Nariño, escogiendo a los niños en condiciones de pobreza extrema, niños que anhelan una palabra de afecto, una mirada de consuelo, un abrazo cálido. Él los invita a participar en la novena de diciembre. En la sala de su casa en el Paseo Bolívar, guarda los muebles y sienta en el piso desde el día 16 hasta el 24 a 130 niños, uno a uno, en su respectivo orden, numerados en su escarapela. Estos pequeñuelos, esperanzados en la inocencia de una vida de mejores condiciones, un plato de comida diario, una escuela para estudiar, unos padres a quien respetar por su ejemplo, le piden al niño Jesús a través de rezos y villancicos, acompañados de su pandereta de palo de escoba y unas tapitas de gaseosas aplastadas, que en su día siguiente tengan un pedazo de pan que les mitigue el hueco que se revuelca en su estómago. Alberto, peluquero, empieza desde el mes de agosto su misión y los preparativos para organizarles a estos niños su cena de Navidad con un regalito. Desea verlos contentos aunque sea por unos días y toca en todas las puertas conocidas para que sus clientes colaboren, labor que aspira seguir sacando adelante aunque sea escarbando, y así reunir y darle alegría a 200 niños. Alberto no pierde la esperanza de continuar con esta obra que inició desde hace 12 años. Lo he acompañado en 2 diciembres a un día de novena y, respetados lectores, una cosa es la que les escribo y otra muy diferente la que se siente cuando esos niños están allí reunidos, aplaudiendo, cantando y tocando sus panderetas. Por un instante esos ojos llenos de melancolía se les confunden con la sonrisa mágica en esos minutos de glorias y alabanzas, como si el milagro de sus vidas flotara de alguna manera en una nube de algodón. Lo que más me llama la atención es la labor y la intención de Alberto, a quien le toca guerrear a diario por él y su familia, y a pesar de que sus condiciones económicas están en la raya, él pide trabaja, insiste, toca puertas, compra los regalos, hace la cena en compañía de su esposa y les brinda a estos niños un rato de amor. Nosotros podemos colaborarle con la cena y unos dulces, ya que de la dulzura de nuestros gestos se regocijará nuestro ser y nuestro corazón permanecerá contento. ¡Es más bello dar que recibir! ¿Damos de corazón? *Abogada, escritora y docente en Filosofía CBC. licorcione@gmail.com

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