“Con estos calores que están haciendo en Cartagena, ¿cuántos árboles ha sembrado usted?”. Tal fue la reflexión final que hizo el párroco de la iglesia Santo Domingo, sacerdote José Marino Pineda Giraldo para finalizar uno de sus sermones dominicales. Coincidió con una discusión que habíamos emprendido en la familia esa mañana por la conciencia ambiental escasa que impera en Cartagena, donde la cultura del cemento va en contra de todos los pronósticos de los científicos, que siguen clamando por el respeto al ambiente para evitar que un día de estos la tierra vomite, indigestada por el calentamiento global. La cultura del cemento está tan arraigada en esta ciudad que ya es común en los grandes proyectos reemplazar zonas de árboles por moles de cemento, ante la indiferencia de las autoridades y de la misma comunidad, a cuyos ciudadanos pareciera que los árboles les estorbaran. No de otra forma se entiende esa actitud. Si bien la mayoría de los árboles que siembran los contratistas en esta ciudad son pequeños y débiles, también es cierto que los vecinos deberían apropiarse de su mantenimiento, en una especie de adopción. ¿Qué tiene de malo que un dueño de negocio en cuyo frente fue sembrado uno de esos árboles lo riegue todas las mañanas? Si las personas se dedicaran a sembrar y mantener un árbol en el frente de su casa –ojalá frutal- el ambiente en la ciudad sería otro. Pero no. Da pena mirar el estado de los arbolitos de almendro que sembró Transcaribe en algunos sectores de la Avenida Pedro de Heredia, a muchos de los cuales amenaza el sol con abrasarlos, ante la indiferencia de todos, incluido el contratista que supuestamente tiene el deber de mantenerlos. ¿Y qué decir de la “vegetación” que sembró el concesionario del Corredor de Acceso Rápido a la Variante de Mamonal, o Corredor de Carga, en lo que una vez fue la Avenida Crisanto Luque? ¿O qué tal los millones de pesos que gastó el Distrito comprando palmeras que al cabo de los días se mueren por la dureza del clima y la indolencia de los responsables de su mantenimiento? Cartagena tiene que despertar el civismo escondido por los años bajo el cemento. Su gente tiene que tomar conciencia de que los árboles no son ninguna molestia, así haya que barrer todos los días las hojas que echan al suelo. La ciudadanía tiene que quitarse de encima el letargo enquistado en la conciencia, responsable de muchos de los males de la ciudad. También las autoridades ambientales de la ciudad, llámese Establecimiento Público Ambiental (EPA) o Cardique (entidad que se nutre con muchos millones de pesos de los cartageneros), deberían emprender campañas masivas en los barrios para enseñarle a sus comunidades lo importante que son los árboles, no sólo para el ecosistema sino para ellos mismos. Es hora de despertar y tomar conciencia de que si no ayudamos al planeta, desde este rincón de la patria también seremos responsables de que la tierra un día de estos nos reclame, mandándonos a donde sabemos por nuestra indiferencia. Y allí, como dice la Sagrada Escritura, será el llanto y crujir de dientes. Ojalá que la reflexión reciente del sacerdote Pineda tocara a todos los habitantes del Distrito y que esta ciudad se volviera un bosque inmenso y hermoso. lcaro@eluniversal.com.co
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