Columna


La democracia enferma

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

17 de febrero de 2010 12:00 AM

ALFONSO MÚNERA CAVADÍA

17 de febrero de 2010 12:00 AM

Uno creería que con decenas de parlamentarios presos y otro grupo numeroso bajo investigación, la corrupción política amainaría considerablemente. En cualquier país medianamente civilizado semejante escándalo hubiera bastado para producir cambios profundos en las prácticas electorales, o al menos habría vuelto a los políticos más prudentes o temerosos de violar la ley. En cualquier país…; menos en Colombia. En nuestro caso el deterioro moral es tan profundo y quizás irreversible en el corto plazo, que ni siquiera el miedo a la cárcel produce efecto alguno sobre los ávidos compradores de votos para el senado o la cámara. De modo tal, que de lo único que se habla en la calle, a toda hora y en todas partes, es de cómo ha crecido el valor del voto. Unos dicen que lo están pagando a 80 mil pesos, mientras otros afirman que incluso se ofrecen 150 mil en ciertos sectores. Y da pena decirlo, pero lo que no podemos negar los costeños es que es nuestra región la que se distingue por la mayor desfachatez de sus políticos a la hora de violar la ley. Con la rara excepción de uno que otro candidato honesto, lo que los electores perciben y comentan es la presencia abrumadora de la politiquería mediocre y corrupta. No en balde nos distinguimos también por tener el mayor número de senadores y representantes acusados o investigados por prácticas criminales asociadas al narco-paramilitarismo, entre otros delitos. Pero cosa más increíble aún: acaba de informarnos nada menos que el presidente del Consejo Nacional Electoral –es decir la máxima autoridad en asuntos de elecciones- que la democracia colombiana está en peligro, y que lo está porque hay “toneladas de dinero”, óigase bien, ¡toneladas de dinero!, invertidas en las campañas electorales. Hasta tal punto que este honorable magistrado ha dicho con resignación que la avalancha de plata para comprar senados y cámaras es imposible de controlar. Casi nadie respeta los topes establecidos. La pregunta del millón es: ¿de dónde viene ese dinero? En realidad, creo que todos tenemos la clara sospecha de su procedencia. ¿Narcotráfico? ¿Paramilitarismo? Y también, claro, de los 4 billones de pesos que se robaron los funcionarios públicos de los contratos oficiales, según denuncia en estos días la Procuraduría nacional. Lo que no se nos debe olvidar –y a veces lo olvidamos- es que este dinero mafioso no sólo circula entre aquellos directamente vinculados a actividades criminales, sino, también, entre muchos de esos políticos –y sus padrinos- que claman una honorabilidad y una decencia, perdidas hace ratos. Al menos es lo que hemos aprendido en la trágica secuencia judicial, protagonizada por la Corte Suprema de Justicia en los tres últimos años. A juzgar por las declaraciones del presidente del Consejo Nacional Electoral, el cinismo y la inmoralidad se apoderaron de las elecciones colombianas. Lo que nos plantea otra pregunta inevitable: ¿está cerca el fin de esta democracia enferma? Dios quiera y sí, pero no para que se muera el enfermo, sino para resurja curado de tantos males. *Historiador. Profesor de la Universidad de Cartagena. alfonsomunera55@hotmail.com

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